martes, 3 de noviembre de 2020

Música de sombras, de porqués y de ojalás


Lo extraña. Mucho. Todo. Nunca imaginó que se pudiera extrañar así a nadie. El abecedario ya solo tiene las letras de su nombre, que refulgen cual neones hambrientos cuando cierra los ojos. Lo extraña tanto que hasta los lunares y las pecas se le diluyen de rabia. Maldita pesadilla. 

La golpea con dureza la certidumbre de que ya no es ni está. Cuando uno muere ya no sufre ni padece, le habían dicho. Mentira estulta de los que no saben lo que es morirse. Morirse un poco cada día cuando le vuelan los ojos, vacíos, hacia nubes donde ya no lo imagina dormido. 

Escuecen los recuerdos que respira. Risa pretérita. A ratos, el dolor le muerde los dedos con saña de sierra rencorosa mientras la tristeza araña el metal del cofre donde sueñan sus cenizas. Silencio. Solo silencio. Y palabras huérfanas de destinatario. 

Lo echa tanto de menos que hasta el monstruo de debajo de la cama se compadece de ella y le canta nanas de tinta y papel. Música de sombras, de porqués y de ojalás. 

domingo, 1 de noviembre de 2020

Querida tú, ya estoy de vuelta

 

Querida tú:

Lamento haberme marchado así, a traición, pero era la única forma de hacerlo. Si te hubiera avisado, me habrías encadenado a ti y las dos hubiéramos acabado irrevocablemente rotas. Sé que has notado el vacío, la soledad y el frío por dentro de no sentirse a uno mismo, que las agujas del reloj y la bombilla de la lámpara del salón se han burlado de ti en tus noches en blanco mojadas en silencio de negra y que tu sombra se ha mantenido alejada de mi rincón, de tu refugio (me hubieras sentido mucho más cerca, pero eso lo descubro ahora). Siento no haberte edulcorado la tormenta del café, pero entiende que dolía, mucho más que mucho. Aunque quería hacerlo, no podía volver, no podía ayudarte. En mi huida sembré el camino de cristales de espejo roto y cascotes de sueños derrumbados, y no me atrevía a volver. Reconozco que lo intenté, pero fue más fuerte el miedo a que me aguijonearan también los pies.

Ojalá algún día puedas perdonarme. Desde una cierta distancia he aprendido que los sueños siguen siendo sueños y nadie los ha prohibido. Que la memoria es un baúl de caras y cruces, y si renuncias a unas las otras no brillan tanto. Que hay veces que uno no busca un camino pero lo encuentra y la vida se vuelve caos irremediable. Que a veces, donde solo había murmullos, se desatan melodías que ni un millón de huracanes serían capaces de acallar. Que hay cosas que ocurren porque tienen que ocurrir, y no atienden a razones lógicas. Que hay sentimientos que, los llames como los llames, son lo que son sin más vuelta de hoja, y que pueden vivir dentro sin calcinarnos. Que las cicatrices son la memoria de la carne (aunque haya quienes afirmen que son su olvido). Que, aunque escueza, prefiero la herida al vacío ignominioso de los días grises.

Cuando consigas perdonarme, podrás sonreír tú también al comprender lo afortunadas que somos. Porque fuimos, somos y seremos siempre hoguera infinita, valle entre montañas donde se resguardan besos viajeros, caricia de brisa, y vasija moldeada por las manos del mago alfarero. Mucho más de lo que siempre soñamos fue, es, y siempre será nuestro.

Y, ahora, ve al espejo que alguien ha arreglado para mirar a los ojos que tanto te gustan.

TARDE

Pasan dos minutos de la medianoche. Llega tarde, como siempre. No le importa —es más, diría que disfruta— haciendo esperar a los...