jueves, 29 de junio de 2023

SILENCIO

Lo que más valoraba de aquel preciso instante era el silencio. La ausencia de sonidos y voces ajenas le permitía percibir con claridad la melodía triste que le sonaba dentro. Desde la orilla del lago miraba sin ver el viejo puente de madera que ya no llevaría a nadie al otro lado. Pensaba sin querer pensar que la vida no es más que una sucesión de puentes que se desmoronan -algunos a velocidad de vértigo- y que nadie se molesta en reparar. Se sentó sobre la tierra ya húmeda que aguardaba el inminente ocaso y deseó que aquellas aguas fueran las del Leteo. Se imaginó sumergiendo los pies en ellas y dedicando su último suspiro a la nada que vendría después, a la bendita asepsia inodora e incolora del olvido al que anhelaba rendirse. Sin embargo, se recostó sobre su espalda y se dispuso a observar las nubes, a buscar en sus cuerpos algodonosos las formas que la hacían sonreír de niña. Un conejo, un dragón sin cola, un tiburón limón… Y un corazón roto. Cerró los ojos cuando el torrente de lágrimas reventó sin contemplaciones el dique de su voluntad y ya no quedaron más excusas tras las que parapetarse.

Una voz la sobresaltó. Se incorporó y, ya sentada, se quedó mirando a su propietario, y lo odió sin conocerlo de nada por haberla sorprendido en aquel momento de vulnerabilidad. Su piel era blanca, casi translúcida, su pelo negro como las noches sin estrellas, y sus ojos de hielo azul parecían atravesarte la carne rompiendo cualquier barrera de la física o la química. Era el individuo más extraño del universo, al menos del suyo. Además, había pronunciado su nombre. Si ella hubiese conocido a un tipo así, seguro que se acordaría.

—¿Quién eres y por qué sabes mi nombre? — preguntó ella con un hilo de voz. 

—Eso no importa— respondió él con una media sonrisa que le heló la sangre. Su voz era masculina y suave, melosa incluso, lo que la puso en guardia de inmediato.

—Pues si no importa, ya puedes largarte por donde has venido y dejarme en paz— le espetó ella con toda la bordería que fue capaz de recopilar.

—Uhhhh... ¿muerdes también aparte de ladrar? —dijo el tipo pálido consiguiendo sofocar una carcajada— Quien sea yo no tiene ninguna relevancia. Lo importante es quién quieras ser tú. ¿Vas a seguir mirando el móvil cada media hora por si te escribe? ¿Vas a continuar sintiéndote la reina de los idiotas?

—¡Ya hace rato que no miro el móvil! ¿Y a ti te parece bien andar por ahí espiando a la gente? — le gritó furiosa.

—No me hace falta espiarte para saberte –replicó él con una calma pasmosa —. Percibo con nitidez tu tristeza, tu incomprensión, tu frustración. Conozco las palabras, “siempre estaré aquí”, “de aquí no me voy si tú no quieres”, y lo que pasó después, y lo que había pasado antes. Y esa sensación de no valer la pena… Dame la mano y tendrás la certeza de que no miento.

Y ella se la dio, y en su mente se recrearon escenas que solo dos personas conocían, y supo que no mentía. Su mano quedó atrapada en la de aquel extraño, lo miró a los ojos y ya no tuvo ninguna duda con respecto a su identidad. Siempre había creído que si venía lo haría envuelto en llamas y apestando a azufre. 

miércoles, 28 de junio de 2023

QUEMADURAS




Su intuición la advirtió de que lo que estaba a punto de hacer era peligroso, y a nada estuvo de hacerle caso, pero para qué. Una vocecilla interior le susurraba -a gritos- que se detuviera, que sopesara el riesgo que implicaba recorrer el universo a pelo. Ay, aquellos ojos… Sin embargo, se dijo, muy segura de sí misma, que aquello no ocurriría. Era, más que improbable, imposible. Desde hacía varios años su nombre figuraba (en cursiva y negrita) como titular de un certificado que acreditaba su solvencia en profilaxis emocional y entretenimiento aséptico. Hizo un repaso mental de sus partidas anteriores -Castor, Hadar, Helvetios- y, aparte de algún rasguño de poca importancia, habían sido relativamente exitosas. Además, aquella otra estrella emitía una luz y un calor tan apetecibles… Tanto calor que el traje se le hacía incómodo conforme se acercaba a su galaxia. Tanto calor que, sin pensarlo, se despojó de la escafandra, del traje, de la prudencia y de cualquier atisbo de sensatez que se atreviese a contradecirla.
Y ocurrió, vaya que si ocurrió. Lo supo ya desde el primer beso, mientras ignoraba a la vocecilla que le gritaba desesperada que huyese como alma que escapa del diablo. Normalmente, adaptarse a unos nuevos labios, a una nueva lengua, llevaba su tiempo, pero en aquel primer beso tuvo la certeza de que sus dos bocas se habían estado besando desde el principio del tiempo. Ardió hasta los cimientos de los cimientos, se abrasó hasta el tuétano y, aun así, como buena idiota con pedigree, quiso más. El resto no se lo ha contado a nadie, pero no es muy difícil de imaginar.
Afortunadamente ha vuelto a protegerse en el interior del traje y esta vez lo ha asegurado con candados cuyas llaves ha arrojado a la lava del volcán del Nunca Más. Con el tiempo sanarán las heridas, las quemaduras y se evaporará la estupidez, pero mientras pasa a limpio los apuntes de la última lección aprendida: no se besa a una estrella con los labios ni el alma desnuda. 

viernes, 23 de junio de 2023

Así nace una astronauta

De pequeña quiso ser contadora de estrellas, pero aquellos diminutos puntos brillantes solo aparecían de noche y nunca la dejaban quedarse despierta el tiempo suficiente para computarlas todas. Luego quiso convertirse en domadora de peces, pero aquellas criaturas tenían la memoria justa para no ser engullidos por otros más grandes y cada amanecer regresaba indefectiblemente a la casilla de salida. Los años pasaban y su currículum de sueños sin cumplir aumentaba de manera alarmante: abrazadora de cactus, peinadora de espuma de las olas, constructora de castillos en el aire, masajista de nubes o pastora de musarañas fueron algunas de sus profesiones frustradas. Llegada a la adolescencia, no se le dio mal ser coleccionista de besos en portales oscuros, y descubrió a la vez la heterodoxia y su verdadera vocación de oveja negra. Sin embargo, el color de su lana empalideció hasta tal punto que se cambió al bando de los animales que se portan casi bien. Recuerda con exactitud cuándo se produjo el cataclismo que la expulsó del paraíso de la ignorancia y la devolvió a la senda de los perdidos… pero de eso mejor no hablar.

Probó a ser cantante de ducha, pero todas las canciones de su repertorio olían a melancolía y los gatos del vecindario se engancharon al Prozac. Tampoco logró ser el iceberg que hundió al Titanic ni cultivar un simple gramo de permafrost austral. Una noche de lunes -porque en los libros todas las epifanías suceden con luz de luna-, harta de no entenderse, se calzó las Nike Air Force 1 customizadas que nunca se había comprado y salió a dar un paseo por la única reserva natural indetectable a los radares de lo imposible. Caminó durante siglos por los senderos de su imaginación y, agotada, se sentó a descansar contra el muro del almacén de todas las cosas que nunca se le habrían pasado por la cabeza. Allí, como una aparición mariana, lo encontró. Blanco, para disipar el exceso de luz y calor. Con su capa de kevlar para protegerla de los desgarros y de los impactos no deseados. Algodón suave en el interior para no olvidar aquello que nunca debiera haber conocido. Y la escafandra presurizada que mantendría en el anonimato esa mirada suya indomable. Dispositivos de control térmico, suministro de oxígeno, barra libre de soportes vitales…Y, además, de su talla. 

Y así fue como se hizo astronauta. Porque no era de este planeta ni de ningún otro y quería observarlos todos desde una distancia segura. Para perseguir estrellas fugaces aunque no fueran a regalarle ningún deseo. Porque con el traje espacial los monstruos del espejo se asustaban y no osaban decirle lo que opinaban de ella. Porque el dolor casi no se notaba de tan amortiguado como llegaba, como cuando uno se está durmiendo y le alcanza la voz del locutor de la radio desde otra dimensión. No tenía demasiados bolsillos aquel traje, pero era lo bastante amplio para guardar, cerca de su cuerpo, todo aquello que la hacía vulnerable. Escondió la luz de sus ojos tras el cristal de la escafandra, para ya no tener que caminar atenta a las juntas de las baldosas y golpearse contra alguna farola. Guardó los besos, los abrazos, las caricias y las sonrisas. Puso a buen recaudo ternura, dulzura y calidez. Ahora ya estaba lista para recorrer galaxias con seguro a todo riesgo sin franquicia. Se ajustó el correaje, subió la última cremallera y justo entonces -no podía ser de otro modo- se dio cuenta de que había olvidado guardar lo más importante...

jueves, 22 de junio de 2023

Destino

La ascensión ha sido extenuante. Tras un periplo de meses vagando por la desolación de las tierras de Nymgar buscando la ubicación exacta de la Montaña del Pacto, pasó semanas tratando de localizar la entrada a la gruta. La profecía, repetida una y otra vez desde el principio de los tiempos, solo hablaba del brillo de la luna y de la silueta de un ave, pero poco más aclaraba al respecto. Una noche de borrasca, insomne y ya a punto de abandonar por pura desesperación y regresar a las tierras donde el viento quema los ojos, un rayo perdido de luna, la rama de un árbol centenario y una sombra en la roca dibujaron en su imaginación la figura del Cuervo Eterno de la leyenda, y supo que al fin la había encontrado. Ni el chaparrón cruel ni el vendaval implacable impidieron que en ese mismo momento iniciara el ascenso hacia el lugar sagrado donde nacen las tormentas y muere el color de los sueños. Tras tres días agotadores, y a pocos metros de la cúspide, el huevo que tan celosamente protegía en la mochila comenzó a irradiar un calor de ascua mal apagada que se intensificaba conforme el sendero se acercaba a la grieta vertical que marcaba la frontera entre la luz y la oscuridad, entre la risa y el llanto, entre el amor y el miedo. La visión de la Anciana no era un simple delirio de una vieja loca narcotizada por masticar demasiada hierba del infierno…

La Cámara Negra es exactamente como ha aparecido en sus sueños desde que tiene memoria. La humedad y el frío que duelen, los altorrelieves de los Señores del Caos cubiertos por las telarañas del tiempo que nunca se detiene, los amuletos de los Primeros Moradores que desataron el infierno y luego lo contuvieron en un medallón. Un medallón que, iluminado por la luz que se filtra desde el exterior, emite destellos de peligro y malignidad. Y la figura de Angrummion, Guardián de las Pesadillas, o lo que queda de él, reposa inerte sobre una tierra antigua y arcana que huele a muerte. La criatura que dormía en el interior del huevo se agita. Se acerca la hora maldita que pondrá fin a sus días y librará al mundo de una eternidad de tiniebla onírica. Falta poco para que la redondez de la luna llena encumbre la montaña y se rompa el hechizo que retiene a las hordas de pesadillas en la chapa de cobre maldito. Ella no lo consentirá. Nació para evitarlo y no piensa eludir su destino.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… El aire entra a sus pulmones. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… No lo deja escapar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Lo libera y siente como abandona su cuerpo para mezclarse con la atmósfera circundante. Lleva siglos entrenándose para este momento y, aunque se sabe preparada, la trascendencia de lo que está por venir la sobrecoge. Coloca el huevo junto al cadáver del extinto guardián. Extrae la daga de la funda y se prepara a ofrecer su carne y su sangre como sacrificio. Percibe cómo la esfera de energía concentrada en su diafragma se ramifica y se expande en círculos concéntricos mientras las palabras del conjuro se perfilan en su mente vacía de todo excepto de sí misma. Ahora huele más a muerte. A la suya.


Mentiras

Apretaba los labios con furia y contenía las lágrimas que pugnaban por desbordarle unos ojos verdes donde ya no quedaba ni rastro de sueño. El nudo en la garganta le secuestraba las palabras y las ganas de gritar horadaban su pecho como una horda de aguijones rabiosos. Prometió que nunca nunca nunca le mentiría, y lo dijo tres veces, nunca nunca nunca. Podía perdonar las mentirijillas de los Reyes Magos o del Ratoncito Pérez, pero las mamás nunca deberían engañar a sus hijos, aunque solo tuvieran ocho años como él. ¿Por qué lo había tenido llorando tantos días creyendo que jamás lo iba a volver a ver? ¿Para qué se había puesto aquel traje negro de señor malo de las películas y la camisa blanca que le picaba en la piel y había lanzado aquel puñado de arena y su Funko favorito para que le hiciese compañía para siempre?

Buscó en el cajón de los cubiertos la llave oxidada de la puerta del patio trasero para que su papá pudiera entrar a la cocina a resguardarse del frío de la noche. Ya habría tiempo para hablar con mamá, pero esta broma no se la iba a perdonar nunca. 

Venganza




Sus ojos contemplaban la escena, pero no daban crédito a lo que veían. Suciedad, abandono, ruina. Alguien había profanado los blancos muros de su sagrado con un galimatías esperpéntico de letras sin atisbo alguno de significado. Donde otrora reinase la esencia última de la muerte, la calma, el silencio, imperaba ahora la nada, el vacío, la ausencia. Si las lágrimas hubiesen figurado en su catálogo de posibilidades las habría derramado por miles. Si su corazón fuese algo más que un estropajo de fibra seca se habría hecho añicos. En aquel lugar había yacido, serena, la memoria de su metamorfosis. En el primer nicho de la segunda fila había abandonado su carne trémula y había nacido su cuerpo de alabastro pulido. Sobre aquel suelo cubierto ahora de inmundicia había sentido por primera vez el tormento y el placer que provocaba simultáneamente el preciado rojo. Desolación, tristeza, rabia, furia. No pudo seguir mirando. Su rostro níveo y habitualmente hiératico se contrajo en un rictus de dolor. Esta vez, la venganza no aguardaría más de cien vueltas al sol. 

Primera vez



Hay ciertas sensaciones que deberían quedar registradas en la memoria del mundo. Debería acompañarlas una banda sonora memorable y una iluminación que no dejase ni un detalle al azar. Qué razón tenía aquel que afirmó que la primera vez no se olvida. Conservo el recuerdo como aquel que guarda un tesoro. El contraste del calor de su piel y el frío acero de la empuñadura en mi mano. El bulto duro en su entrepierna contra la lubricación artificial de la mía. El instante glorioso de profanación mutua y simultánea. Su carne dentro de la mía y mi anhelada venganza perforándole, implacable, el orgullo y el ventrículo izquierdo. Inolvidable el sonido de la hoja atravesando capas hasta alcanzar su objetivo y el olor de la sangre impregnando el ambiente. Su expresión de pavor y sorpresa y sus ojos exigiendo una explicación que nunca recibirían. Estuvieron buscando al asesino durante meses en los estratos más bajos de la chusma. Yo, su prometida, lo lloré todo un río hasta el funeral. 

Podría haber optado por el camino fácil y nada de esto hubiese ocurrido. Él por su lado, yo por el mío, y todos tan contentos. Pero no, escogió el camino de la cuerda corta y el chantaje en vídeo. Decidió que tenía el derecho de apropiarse de lo más valioso, de lo único que en realidad me pertenece, y someterme a su voluntad. Se equivocó por completo. Cosas de no escuchar o de no querer entender. Aquella primera vez fue necesario. El resto siempre serán homenajes incompletos a la memoria del día en que por fin fui libre.

TARDE

Pasan dos minutos de la medianoche. Llega tarde, como siempre. No le importa —es más, diría que disfruta— haciendo esperar a los...