sábado, 24 de octubre de 2020

Querida yo, vuelve.

 

Querida yo:

Hace días que te marchaste y, por mucho que lo intento, no encuentro la forma de hacer que regreses. No voy a preguntarte cuándo ni por qué, ya que de sobra conozco las respuestas. Sé que has cometido muchos errores, tantos que no alcanzas a contarlos. Sé que te soñaste ardiente hoguera, corriente de arroyo, blanca arena de playa y viento entre montañas, pero no era más que una ilusión. Una invención preciosa. Una noche, las huestes de la verdad entraron en tromba y redujeron a escombros tus castillos en el aire. Aun así te quitaste la coraza, desnudaste cuerpo y alma, y la realidad se encargó de darle jaque mate al sueño. Debiste imaginarlo antes, cuando se apagó la lucecita verde, pero siempre has sido tozuda y te has negado a aceptar derrotas que se barruntaban irremediables. Te engañaste a ti misma, jugaste con fuego y te quemaste con tu propia llama. Como dardos venenosos se te han clavado dentro los fragmentos del cristal del espejo roto. Dentro, muy dentro. Donde no llegan las sonrisas, ni el calor de los abrazos redentores. Escuece mientras te desangras y, por no sentir más, has desaparecido entre la densa bruma del silencio. Y me has dejado sola, otra vez.

No te confundas. No es un reproche, pero has de entender que ya es hora de que vuelvas. No me queda bien este uniforme de insomnio, ojeras y cajas destempladas. El café no sabe igual si al mismo tiempo has de tragarte las lágrimas. El otoño ha llegado y te lo estás perdiendo. Echo de menos tu risa y el brillo de tus ojos. Vuelve, que necesito tu arcoiris para diluir la pátina de gris que me secuestra los días. Traéme de vuelta tu melodía recién estrenada, que es tuya y de nadie más, y canta de nuevo para que calle el silencio. No quieras ser hielo. Vuelve como el fuego que eres y destierra al frío que se me ha instalado en la piel.

Vuelve, por favor, que siento como caigo en picado hacia el vacío y no se me despliegan las alas.

domingo, 18 de octubre de 2020

Luna incauta

 

A menudo coincidimos. Unos minutos. Unas horas a lo sumo. Imponente. Majestuoso. Te observo de lejos e, incluso distante, tu calidez me acaricia. A veces me miras, o eso me gusta creer. En ocasiones me sonríes, o eso me gusta pensar. En algunos momentos podría jurar que hasta me quieres un poquito. Pero no. Desvaríos de una loca de remate. No me engaño, aunque me gustaría. Olvidar durante un instante que eres quien eres, que soy quien soy. Ignorar que no es más que
el orden natural, el señuelo gracias al que el pez grande caza a su presa. Da igual. Ya queda poco y quiero disfrutar de tu presencia. En breve me voy y te quedas, y después te irás para que me quede yo...

Y así, cada amanecer y cada atardecer, la dama de plata se enamora del astro rey. Sabe que es imposible, que está a años luz de ella. Sabe que nunca jamás lo tendrá en sus brazos. Luna incauta. Luna débil. Cupido debería afinar su puntería.

TARDE

Pasan dos minutos de la medianoche. Llega tarde, como siempre. No le importa —es más, diría que disfruta— haciendo esperar a los...