martes, 3 de noviembre de 2020

Música de sombras, de porqués y de ojalás


Lo extraña. Mucho. Todo. Nunca imaginó que se pudiera extrañar así a nadie. El abecedario ya solo tiene las letras de su nombre, que refulgen cual neones hambrientos cuando cierra los ojos. Lo extraña tanto que hasta los lunares y las pecas se le diluyen de rabia. Maldita pesadilla. 

La golpea con dureza la certidumbre de que ya no es ni está. Cuando uno muere ya no sufre ni padece, le habían dicho. Mentira estulta de los que no saben lo que es morirse. Morirse un poco cada día cuando le vuelan los ojos, vacíos, hacia nubes donde ya no lo imagina dormido. 

Escuecen los recuerdos que respira. Risa pretérita. A ratos, el dolor le muerde los dedos con saña de sierra rencorosa mientras la tristeza araña el metal del cofre donde sueñan sus cenizas. Silencio. Solo silencio. Y palabras huérfanas de destinatario. 

Lo echa tanto de menos que hasta el monstruo de debajo de la cama se compadece de ella y le canta nanas de tinta y papel. Música de sombras, de porqués y de ojalás. 

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