domingo, 23 de julio de 2023

Y ELLA ARDE

Cuando se percató de lo que ocurría, ya era tarde para impedirlo. Si es que existía la posibilidad de evitar que ocurriese, claro. Difícil detectarlo, sobre todo cuando no se conocía ni su existencia. 

Siempre había pensado que estaba de vuelta de todo y que el azar guardaba para ella un baúl entero de experiencias placenteras, de besos que caducaban al segundo de nacer y de abrazos con período de prueba ilimitado. Le gustaba jugar, siempre con la seguridad de las reglas bien claras y la certeza de que, en el momento en que le apeteciese, era libre de cancelar la suscripción a cualquier piel. Una vez sintió el arrebatado cosquilleo de las famosas mariposas de las que todo el mundo habla y, tras un par de días más espesa de lo habitual, concluyó que aquello no era para tanto. Enamorarse era, como el Ratoncito Pérez, un invento de los padres. Bendita la imaginación de Shakespeare al imaginar el final de Romeo y Julieta...

Una madrugada lo aprendió todo a golpe de recuerdo. Los ojos que se le habían incrustado en la parte más rebelde de su memoria. El aroma que le impregnó las entrañas. Los labios por los que habría bajado al infierno por voluntad propia. Las manos que habían tatuado en su cuerpo aquel incendio devastador. Y la verdad desoladora de que en él no había prendido ni un simple fósforo. Había significado para él la nada más absoluta o algo peor. Solo le bastó una excusa para el disparo de gracia y, después, candado, indiferencia y silencio. ¿Por qué él? ¿Y por qué no se apagaba aquel fuego que no atendía a razones ni a súplicas?

El mundo gira, y ella arde.

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