Su intuición la advirtió de que lo que estaba a punto de hacer era peligroso, y a nada estuvo de hacerle caso, pero para qué. Una vocecilla interior le susurraba -a gritos- que se detuviera, que sopesara el riesgo que implicaba recorrer el universo a pelo. Ay, aquellos ojos… Sin embargo, se dijo, muy segura de sí misma, que aquello no ocurriría. Era, más que improbable, imposible. Desde hacía varios años su nombre figuraba (en cursiva y negrita) como titular de un certificado que acreditaba su solvencia en profilaxis emocional y entretenimiento aséptico. Hizo un repaso mental de sus partidas anteriores -Castor, Hadar, Helvetios- y, aparte de algún rasguño de poca importancia, habían sido relativamente exitosas. Además, aquella otra estrella emitía una luz y un calor tan apetecibles… Tanto calor que el traje se le hacía incómodo conforme se acercaba a su galaxia. Tanto calor que, sin pensarlo, se despojó de la escafandra, del traje, de la prudencia y de cualquier atisbo de sensatez que se atreviese a contradecirla.
Y ocurrió, vaya que si ocurrió. Lo supo ya desde el primer beso, mientras ignoraba a la vocecilla que le gritaba desesperada que huyese como alma que escapa del diablo. Normalmente, adaptarse a unos nuevos labios, a una nueva lengua, llevaba su tiempo, pero en aquel primer beso tuvo la certeza de que sus dos bocas se habían estado besando desde el principio del tiempo. Ardió hasta los cimientos de los cimientos, se abrasó hasta el tuétano y, aun así, como buena idiota con pedigree, quiso más. El resto no se lo ha contado a nadie, pero no es muy difícil de imaginar.
Afortunadamente ha vuelto a protegerse en el interior del traje y esta vez lo ha asegurado con candados cuyas llaves ha arrojado a la lava del volcán del Nunca Más. Con el tiempo sanarán las heridas, las quemaduras y se evaporará la estupidez, pero mientras pasa a limpio los apuntes de la última lección aprendida: no se besa a una estrella con los labios ni el alma desnuda.
miércoles, 28 de junio de 2023
QUEMADURAS
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