jueves, 27 de julio de 2023

Memoria de la ignominia


De aquella multitud, pocos debemos de ser ya los que sigamos hollando los senderos de esta tierra maldita. El Padre Tiempo y la Madre Muerte se habrán encargado, en su excelsa misericordia, de concederles paz y descanso a las almas atormentadas de mis hermanos. Sagrada Orden de la Montaña, rezaba en el bordado de nuestros escudos. La Compañía de los Barbudos nos llamaban los campesinos de las aldeas. Piadosos monjes y avezados guerreros, decían de nosotros. En miserables mercenarios nos convertimos, lanzados a las fauces de la más execrable deshonra mediante falacias urdidas por el capricho de mentes perversas.

Ahora que la senectud me muestra sin ambages el final del camino, la memoria de aquel tiempo no respeta ni sueño ni vigilia. Tras un mes de infructuosa búsqueda, la Diosa Fortuna había tenido a bien mostrarnos el emplazamiento de la endiablada aldea de Kraal. Nuestras instrucciones eran claras y sencillas: quemarla y hacerla desaparecer de la faz de la tierra. Enviar los espíritus de sus abominables habitantes al averno de donde nunca debieron haber salido. Acabar con la magia negra y la brujería de aquellos desalmados por cuya causa la hija de Lord Krelys languidecía, enferma, a un paso de la sepultura. Curtidos en mil batallas, mis hombres cabalgaban orgullosos sobre sus poderosas monturas. Conjeturaban acerca de en qué invertiríamos el baúl de monedas que aquella ilustre casa nos había ofrecido a cambio de aniquilar la maldad kraaliana. Los estandartes de nuestra noble orden ondeaban al viento de la tarde cuando encendimos las teas y aprestamos los proyectiles de brea. Minutos después, el mundo se redujo a humo, llamas, gritos y al hedor de la carne calcinada. Al ponerse el sol tras el Pico de Naar, no quedaban más que ascuas moribundas. Misión cumplida. Nunca contemplamos sus rostros ni el terror en sus ojos.

No supimos la tremenda injusticia que habíamos cometido hasta meses después, cuando una comitiva de campesinos acudió a solicitar nuestra ayuda. Los esbirros de la casa Krelys capturaban y esclavizaban a los lugareños como mano de obra para la construcción en sagrado del fastuoso mausoleo de una niña condenada a una muerte temprana por una malformación de nacimiento. La ostentosa tumba sería edificada justo en el centro del Bosque de Lyra, donde poco antes se alzaba humilde la pequeña aldea de Kraal, morada de los últimos protectores de la magia de los árboles. Consternados al constatar la atrocidad de nuestro crimen y el engaño al que habíamos sucumbido, partimos de inmediato a auxiliar a los desolados labriegos. Las hojas de nuestras espadas se tiñeron, por última vez, con la sangre de los embaucadores y de sus vasallos. Al regresar a nuestro refugio en la montaña, la ignominia se instaló entre las paredes del monasterio y solo engendró silencio y desconfianza. Mis hermanos fueron marchándose poco a poco a retiros de oración de los que nunca regresaron. Entre estas vetustas piedras solo quedamos yo y mi vergüenza añeja. Juntos visitamos, cuando el dolor de mis huesos lo permite, el lugar donde un fuego inicuo arrasó la magia verde y condenó a los hombres a un mundo de sombras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MONÓLOGO DE ARENA

La vida es esa montaña rusa cuyos vaivenes oscilan impredeciblemente entre el cielo y el suelo. Hoy estamos aquí, mañana quién s...