jueves, 13 de julio de 2023

TRAIDORA

Los jóvenes de ahora se piensan que lo han descubierto todo ellos, se dice Olga mientras acaricia con dedos temblorosos el papel ajado de la fotografía que ha irrumpido minutos antes en su campo visual y le ha mudado el color de la cara. Le ponen nombres raros a las cosas y las vuelven patrimonio suyo indiscutible. Urbex lo llaman ahora, recuerda achinando los ojos. Como si hacer fotos en lugares abandonados, ruinosos, fuera un invento reciente, se ríe con amargura para sus adentros. 

Mila y ella ya lo hacían de adolescentes, y aquella imagen que debería haber ardido junto a todas las demás daba fe de ello. Una Werlisa de regalo de cumpleaños y el placer de transgredir las normas y costumbres de una familia de bien que vivía de cara a la galería. Y Mila posando con cualquier objeto que hubiese encontrado en la calle y fuera de su agrado. En aquella foto, la mosquita muerta mostraba su habilidad para no dejar caer al suelo aquel aro maldito que Olga nunca supo hacer bailar alrededor de su cuerpo. Poco después saltó todo por los aires. La complicidad compartida desde la cuna. Las aventuras y travesuras por las que habían recibido castigos desmesurados. Sentirse comprendidas con una sola mirada. 

La desaparición de Mila supuso la ruina del núcleo familiar. Si hubiese entendido lo que Olga sentía... Si los celos de hermana gemela no se hubiesen interpuesto en su camino... Si no hubiese amenazado con contarles a sus padres dónde iba Olga de madrugada cuando pensaba que ella dormía. Que estaba mal, decía. Que era pecado, le recriminaba. Que ardería en el infierno de los malditos, le susurraba con odio, como si no fuera ya suficiente infierno mantenerse tanto tiempo alejada de aquellas manos y aquella piel.

Traidora, fueron sus últimas palabras. 

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