jueves, 6 de julio de 2023

REENCUENTRO



Si fuera cierto que de sabios es errar, ella jugaría ya probablemente en la división erudita de los necios. Había tomado algunos cientos de decisiones equivocadas a lo largo de los años, pero aquella, sin duda, era merecedora de un óscar a la estulticia supina. Con ese pensamiento ocupándole la mente y el miedo ensayándole nudos marineros en las tripas, comenzó a bajar, peldaño a peldaño y medio en penumbra, la escalera de acceso al sótano de la ignominia. Se arrepentía tanto de haberla dejado allí, sola, asustada, con esos ojitos repletos de incomprensión...

El proceso de división había sido complejo y doloroso, pero en aquel momento creyó que encerrarla en aquella habitación ajena a su vida sería lo más conveniente. Se había encomendado a Baphomet y durante semanas había enclaustrado sus días dentro de un uniforme de frialdad y desgana. Con la sonrisa despintada, mantenía a raya al arcoiris que siempre salía para otros. Si aquello salía bien, lo primero que haría sería quemar aquel vestido aburrido y ponerse lo que fuera pero con escote —que podía perderse el alma, pero aquella falta de glamour era demasiado—, tirar al contenedor aquel cráneo de carnero y recuperar su rostro y su pelo travieso. 

La niña salió a su encuentro cuando aún no había terminado de bajar la escalera y le tendió la mano. Se quedó un rato contemplando aquellos ojos de ningún verde concreto que portaban en su centro el emblema de la luz y sus mofletes de manzana madura. La sonrisa de ilusión de aquella criatura hecha de huracán y azúcar. No hizo falta hablar. Bastó que sus dedos se rozaran para comprender cuánto había extrañado a aquella pecosa del demonio. 
—Quítate inmediatamente esa cabeza de cabra si quieres que vaya contigo a algún sitio. Y ya te habrás dado cuenta de que sin mí jamás vas a volver a ser tú —le espetó insolente y retadora.

Y la abrazó como solo se puede abrazar a los niños que seremos siempre. Y las sombras reflejadas en la pared desterraron el negro y se apuntaron a la moda del bouganvilla. Y la araña que contemplaba la escena desde su rincón crepuscular escribió la historia en el libro de los momentos que jamás deberían olvidarse. 

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