No te asustes, niño de los pies descalzos. Tú tampoco eres muy guapo, que digamos. No, no soy la muñeca vestida de azul que canta tu abuela. El azul es un color de chicos, y yo soy una niña, ¿es que no me ves? Ya, ya sé que está oscuro y no distingues bien. Mi madre siempre me viste de blanco. De blanco pureza, de blanco inocencia, de blanco que se ensucia nada más salir de casa. Ahora llevo el vestido manchado de tierra y no puedo volver. El cinturón de mi madre hace mucho daño en la espalda. Es mi cumpleaños, ¿sabes? Cumplo siete años y el año que viene ya me dejarán sentarme en la silla de los mayores y adornarán mis orejas con pendientes de señorita. Pero he estropeado el vestido nuevo y a lo mejor me siguen castigando. No sé si prefiero el cinturón o la cabeza dentro del agua fría del balde del patio. La última vez se me llenó la nariz de agua y me desmayé. No sé bien qué paso después ni por qué solo unas pocas personas pueden verme. ¡Eh, no llores! ¡Espera, no corras! Si yo solo quiero jugar...
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