jueves, 26 de octubre de 2023

Soy yo


Las pruebas para contrarrestar el virus habían derivado en catástrofe. La pequeña bacteria que debía destruirlo se rebeló contra meses de éxito y, en lugar de erradicarlo, se alió con él provocando mutaciones tan impresionantes como aterradoras en el genoma humano. De pasivos animales gregarios, mujeres y hombres se habían transformado en feroces monstruos sedientos de sangre y hambrientos de casquería. Su bocado favorito era el corazón. Solo unos pocos habían resultado inmunes tanto al virus como al despropósito posterior.

Habían pasado algo más de tres meses desde el comienzo de aquella pesadilla que había convertido las calles en caos y desolación, pero a ella se le antojaban siglos. Dormía cada noche aferrada al machete que más de una vez la había salvado de morir a manos de alguno de aquellos seres que alguna vez fueron sus congéneres. Lo tenía claro y no dudaba. La única forma de acabar con ellos era arrancarles la única víscera que conservaban, aunque nadie sabía a ciencia cierta qué función cumplía en su monstruoso organismo. Sacarles el corazón del pecho y quemarlo era el único salvoconducto para no morir o algo peor. El peligro acechaba tras cada esquina y no le temblaba el pulso a la hora de ejecutar. O no le había temblado hasta aquel maldito momento.

Estas criaturas estaban activas tanto de día como de noche, por eso aprovechaban las sombras y los recovecos de las noches sin luna para hacer incursiones en supermercados y grandes superficies en busca de víveres. Se había retrasado y su unidad ya estaría esperándola en el punto de encuentro. Se aferró a las correas de la mochila que portaba a su espalda, se lanzó al sprint final y ...no lo vio venir. Se percató de su sombra en el centro de la calle cuando ya no había posibilidad de esquivarlo. Agarró la empuñadura del machete y se dispuso a lanzarse contra él para ejecutar la maniobra tan repetida durante los últimos meses. Entonces cometió el error de mirar a la cara a la criatura y el mundo se le vino encima. A pesar de las mutaciones, era él. Su rostro, sus labios, esos brazos donde tantas veces rozó el paraíso. Los días buscándolo por las diferentes células de resistencia se desplomaron sobre ella y le robaron el aire mientras de sus ojos brotaban lágrimas como puños. La criatura pareció detenerse y observarla con gesto curioso que se tornó en mueca de dolor.
— Amor, soy yo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MONÓLOGO DE ARENA

La vida es esa montaña rusa cuyos vaivenes oscilan impredeciblemente entre el cielo y el suelo. Hoy estamos aquí, mañana quién s...