jueves, 4 de enero de 2024

Terrícolas...


Después de haber leído un par de textos de su blog y haber hablado durante horas con aquella astronauta terrícola, la División de Exploradores de la Asociación Intergaláctica de Pueblos Libres solicitó permiso al Consejo para enviar a la Tierra una expedición. El objetivo: comprobar in situ la veracidad de las afirmaciones de la susodicha acerca del extraño ritual humano que usaban tanto para el apareamiento como para la obtención de placer y la consumación de aquella disparatada entelequia a la que ella llamaba amor. En el improbable caso de que aquella criatura de ojos soñadores estuviera en lo cierto, se verían en la obligación de modificar todos los manuales de vida en la Tierra, en los que asimilaban el comportamiento humano en esas lides al del resto de animales mamíferos. 

Varios destacamentos de naves fueron estratégicamente emplazados en distintos puntos del planeta azul, y desde todos llegaba a la central el mismo tipo de conclusiones que evidenciaban la exactitud de lo que la astronauta les había relatado. Las diferentes terminologías usadas para bautizar aquel fenómeno —mucho más que el acoplamiento de cóncavos y convexos o un mero intercambio de fluidos corporales— eran fuente de confusión: sexo, polvo, follar, hacer el amor... Ninguno de los exploradores logró una taxonomía clara y funcional que categorizara las distintas variedades de aquel ritual, pero sí hallaron factores comunes a todas ellas: cuerpos entrelazados danzando al unísono; labios, lenguas, dientes, manos, dedos... multifuncionales (eclipsando incluso el protagonismo de miembros y órganos sexuales); gemidos y jadeos que anunciaban goce; momentos de clímax que tensaban músculos, arqueaban espaldas y nublaban pupilas. 

Lo que ninguno llegó a entender fue que, una vez acabado el acto en sí mismo, la mayoría de humanos siguieran dedicándose atención y tardaran un lapso más o menos largo de tiempo en separarse. No comprendieron las miradas llenas de luz y de ganas de más, las caricias que daban sentido a los fuegos artificiales, los besos que fueran quizá el preludio de una nueva entrega... Convocaron a la astronauta al Consejo para solicitarle algunas aclaraciones al respecto. Ávidos de saber, le preguntaron cuál de sus experiencias había disfrutado más y por qué. Se le iluminó la cara y la boca se le curvó en ascenso hacia una sonrisa. Vio tus ojos en los suyos, sintió tus labios en los suyos, y suspiró al acordarse de que aquello no volvería a repetirse. 

Los miembros del Consejo percibieron la tristeza y cambiaron de pregunta. Quizá aquellos humanos no fueran seres tan simples...

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