jueves, 2 de mayo de 2024

MONÓLOGO DE ARENA



La vida es esa montaña rusa cuyos vaivenes oscilan impredeciblemente entre el cielo y el suelo. Hoy estamos aquí, mañana quién sabe dónde. Ayer acariciábamos, incrédulos, las nubes, y hoy nos arrastramos menesterosos por el fango suplicando a dioses invisibles unos gramos de misericordia que nunca acaba de llegar. El negro se torna más negro si cabe y el blanco, ni está ni se le espera.

Hilvanando estos pensamientos tan carentes de optimismo, me hallo —no sin cierta sorpresa— en la encrucijada a la que nunca hubiera querido llegar. Si continúo, deberé cruzar en solitario un desierto de arena tórrida y asfixiante. Si vuelvo atrás, sé que el espejismo pronto mutará de nuevo en desierto de hielo. No tengo nada sobre lo que descargar mi rabia, mi impotencia, mi frustración, mi tristeza. Debo reconocer que la culpa es solo mía y de nadie más que mía. Y recuerdo a la perfección, como si fuera una escena representada sobre las tablas de un teatro en ninguna parte, la inspiración exacta que ha traído a mi alma dando tumbos hasta este cruce de caminos.

Se levanta el telón. Unos ojos me miran con intensidad, pero en un idioma que nunca he comprendido. No quiero dejarme hipnotizar, no quiero perderme en ellos. Una media sonrisa me trae a la memoria un familiar aroma a café mezclado con el humo de dos cigarrillos que siempre conectaron a la perfección. Céntrate, me digo. Protégelo, me apremio. Pero no sé, no soy capaz de salvaguardar lo que más debería importarme. Mi fibra rebelde e inconsciente lo dificulta todo en exceso, rogándome que aguante un segundo. Un instante efímero en el que volver a respirar oxígeno puro y no viciado por el dolor. No podemos permitírnoslo, me reafirmo, y aprieto los dientes mientras disfrazo mi rostro de una seguridad y una dureza que estoy lejos de sentir. Comienzo a caminar como una autómata, con la certeza hiriente de que mis pasos me alejan de un precipicio y me internan en el desierto de lo monótono, lo sereno y lo predecible. En mis oídos atrona el silencio de un adiós jamás pronunciado. Se cierra el telón y se pierde entre las dunas, a golpe de lágrima, mi monólogo de arena. 

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