jueves, 16 de mayo de 2024

SHIKAESHI



Blanca como la nieve. Apetecibles labios rosados –preferiblemente cerrados– y mirada huidiza de niña buena y algo tímida. La expresión del rostro, triste, compungida, de huérfana desprotegida frente a los males del mundo. El uniforme recién lavado y planchado; la falda y las calcetas a una altura bien avenida con las reglas del decoro; zapatos brillantes de chica ordenada. Silencio impecable de virtud intachable. Lo ha ensayado hasta la extenuación. Ha practicado la pose hasta caer rendida ante el espejo noche tras noche. Por fin ha llegado el día y no puede desaprovechar la oportunidad que lleva aguardando más de cinco años. Se sabe bien su papel y no los defraudará. 

Espera la hora, sola y tranquila, en el baño del instituto. El baño es la más pura metáfora de su vida. Azulejos blancos, limpios, asepsia generalizada en el exterior; lo que se oculta tras las paredes, tanto en las tuberías como en su propia mente, es bien distinto. Blanco por fuera, podrido por dentro. Sabe desde hace mucho que el engranaje de su cabeza es diferente al del resto de personas a las que ha conocido. Las voces de dentro ya no la desconciertan. Al principio se hubiese arrancado con gusto la cabeza con tal de que se callaran y la dejaran en paz, pero ahora ya sabe someterlas a su voluntad, y se entretiene bastante con su compañía. Además, todas las voces comparten su objetivo y lo cantan a coro en las numerosas tardes de lluvia. Shikaeshi.

Puntual como un reloj, aguarda cabizbaja frente a la puerta del despacho de Dirección. La secretaria del Sr. Tagaki la hace pasar a una estancia que no pisaba desde que llegó al internado. El Señor Director la espera repantigado en su sillón de cuero. Algo más viejo que la última vez que lo vio, pero con la misma expresión prepotente y la misma suciedad en los ojos. Él fue quien la recibió cuando la trajeron una madrugada de furiosa tormenta. Él dijo que la cuidaría y la protegería. Tardó media hora en averiguar que mentía, y algún año más en descubrir que era parte del gran monstruo que le arrebató la niñez y la humanidad. 

–Ha crecido mucho, señorita Akane. Es usted ya casi una mujer.

Las voces comienzan a murmurar y ella les ordena guardar silencio. Las imágenes de aquella noche, de LA NOCHE con mayúsculas, comienzan a desfilar por su cerebro con más nitidez que nunca.

–Su informe académico y de convivencia no podría ser más satisfactorio...bla bla bla... resultados inmejorables... bla bla bla... una nueva beca...
Tres hombres vestidos completamente de negro irrumpen en el salón rompiendo el gran ventanal de cristal. Los rostros estupefactos de sus padres. Gritos. Súplicas. Órdenes. Llantos. Una niña de diez años sigilosa escondida bajo la enorme mesa de caoba. El pecho de su padre abierto como una granada madura. El blanco cuello de su madre profanado por el acero de una katana impía. Un fundido a negro y despertar en el asiento de atrás de un coche de alta gama...
–...pero quizá necesitaría un poco de su ayuda para terminar de decidirme...

Akane sabe lo que viene a continuación, y lo está deseando... La mano izquiera del director debajo de su falda. La derecha acariciando el bulto prominente que ya asoma en sus pantalones. En un abrir y cerrar de ojos, con todo el disimulo y en un gesto que lleva ensayando años, Akane saca la daga que lleva oculta en su calceta derecha. Aprovechando el instante de sorpresa, se la clava justo en el centro del abdomen. La carne humana opone mucha más resistencia que los muñecos de trapo y paja con los que ha practicado, pero no tiene problema en retorcerla y retorcerla hasta destrozarlo por dentro. Un chorro de sangre se escapa a presión y le salpica la cara. Akane sonríe. Las voces aplauden en su cabeza. Shikaeshi.

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