jueves, 29 de mayo de 2025

Rosas rojas


El tiempo parece haberse olvidado de la existencia del antiguo Salón del Trono. Sus afiladas garras no han dejado surco en los gruesos muros ni en los altos techos. La serenidad de su piedra sigue intacta, inasequible al paso de los siglos. El mismo frío que atenaza las palabras y escarcha el vaho en cuanto se atreve a salir de la boca. Siempre igual, hasta donde la memoria alcanza. Ni un ápice de diferencia desde que era niña.

Sin embargo, hoy una figura de porte regio me observa impasible desde el trono de obsidiana símbolo del poder absoluto. Su postura y esa forma de mirar al frente con la barbilla ligeramente alzada me resultan familiares. Da escalofríos, ya que no le queda una pizca de carne pegada a los huesos. Me estoy empezando a poner nerviosa. Un momento, ¿no es ese el vestido que tan primorosamente han confeccionado las modistas de la corte para mi coronación? Elegante seda negra con apliques en rojo en la pechera, escote insinuante sin llegar a indecoroso. El vestido justo y necesario para la coronación de la primera reina que han visto estas tierras en milenios. ¿Por qué lo ha tenido que estrenar este decrépito esqueleto? De repente, comienzan a brotar rosas rojas por todas partes. Sobre el pulido mármol de la escalera, salpicando la falda y el cuerpo del vestido sin ninguna consideración. Se aferran a la obsidiana del trono y forman tras él una cascada de vibrante carmesí. Sin que mis ojos lleguen a dar crédito a lo que ocurre ante ellos, los encendidos pétalos comienzan a gotear y, de repente, el aire de la estancia adquiere un olor metálico. ¡Sangre! ¿Pero alguien puede explicarme lo que está pasando aquí?
Sin prisa pero sin pausa, el esqueleto vestido de seda se pone en pie y una voz de ultratumba inunda el salón y termina de dejarme congelada.

– Si esa corona que tanto deseas llega a posarse sobre tu cabeza, correrá la sangre, más concretamente la tuya. 

Su imagen, junto con el rojo de las rosas y la sangre, se va difuminando hasta desaparecer por completo, dejando solamente un rastro de aroma dulzón como testimonio.

Mi mejor amiga y dama de compañía abre la puerta y, como un tornado, atraviesa la habitación corriendo cortinas y abriendo postigos.

– ¡Vamos, Su Majestad perezosa! Que ha llegado tu día y hay mucho que preparar. En menos de una hora esto estará lleno de modistas, peluqueras y demás, y antes tienes que desayunar como Dios manda.

Sigo quieta en la cama. No reacciono. Suspiro de alivio. Solo ha sido un sueño.

– Por cierto, y antes de que te enfades y te salgan arrugas que luego no vamos a poder disimular con maquillaje, tengo que darte una noticia...

La miro sin pestañear y sin emitir sonido alguno.

– Respira hondo, porque tu queridísima madre ha invitado a tu más queridísimo todavía hermano a la Coronación. ¿Y a que no sabes qué? El hijo pródigo ha aceptado como gesto de buena voluntad hacia su futura monarca. Llegará esta tarde, pero antes te envía un presente a modo de disculpa. Ahora te lo trae un paje.

Sin palabras. Hace más de un año que no sé nada de mi hermano. Justo desde el día en que se marchó maldiciendo en arameo porque mi padre lo consideraba demasiado tarambana y me designó heredera tras abdicar para disfrutar de la vejez. Esto no me huele nada bien... Aún no me ha dado tiempo a levantarme de la cama cuando un toc toc en la puerta precede a la entrada de un paje cargado con un enorme ramo de rosas rojas...

Tengo que escapar.

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