La hora se aproxima. No tardará mucho. En su infinita sabiduría sabe que soy de naturaleza impaciente y no me hará esperar más de lo necesario. Ya no sé si pesan más los años o los daños, pero se acerca para procurarme alivio. Sus pasos resuenan en los corredores desiertos. Su aliento calmo viste de paz los lóbregos rincones que desde hace siglos no visita nadie. La hora se aproxima y las viejas campanas de la iglesia del pueblo quiebran la quietud de la medianoche.
Como por ensalmo, oigo de repente el graznido breve de su fiel heraldo posado al fin en el alféizar de la ventana. Terciopelo azabache en sus alas. Inquietas obsidianas en las cuencas de sus ojos. Cuentan que nació del color de la nieve, pero la furia de Apolo lo calcinó en su imbatible llamarada y lo volvió negro. Negro como noche sin luna ni estrellas. Negro como las puertas del infierno y el remo incansable del infame Caronte. Negro como el destino de los que, como yo, no morimos en la tormenta que debió matarnos. Presagio oscuro de los vencidos ilesos.
Por los postigos entreabiertos de la ventana silba el viento quizá su última melodía, banda sonora de los momentos previos a mi muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario