A la mayoría de gente no le importan las palabras. Son solo eso. Palabras. Simples significantes portadores de un significado concreto. Lexemas complementados por morfemas. Grafemas unidos por un objetivo común. Fonemas encadenados que perfilan bocetos semánticos. Estandartes sintácticos que cumplen a la perfección su propósito comunicativo. Estructuras inertes que nacen y mueren en las estáticas páginas de diccionarios infinitos. Qué equivocados están.
Para la mayoría de personas las palabras son solo eso, palabras, pero para ella no. Sabe que hay algunas que infligen heridas y otras que las sanan. Que hay palabras que dan a luz universos enteros y otras que los destruyen con solo una sílaba. Que la inmutabilidad del signo lingüístico saussuriano es pura falacia, porque no significa lo mismo "beso" cuando lo disfrutas que cuando lo extrañas. Que el significante "noche" no apunta en la misma dirección cuando la habitan sueños hermosos que cuando el monarca absoluto es el insomnio. Que no es lo mismo el "invierno" para quienes hallaron su hogar en otras almas que para aquellos que ya conocen el doloroso gris de la indiferencia.
A la mayoría de gente no le importan las palabras. Pero a ella sí. Por eso lleva clavadas en el corazón unas cuantas que de ningún modo logra cederle al olvido, que de cuando en cuando aparecen con dudosas intenciones y le borran esa sonrisa que tanto le cuesta pintarse en la cara últimamente. A la mayoría de gente no le importan las palabras. Pero a ella sí. Por eso derrama lágrima tras lágrima y malgasta hojas de papel mientras, en vano, trata de escribir un "adiós" como sinónimo de "derrota".
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