jueves, 12 de junio de 2025

Juez, jurado y verdugo



Dicen que dijo Aristóteles que somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras. Sin embargo, ella aprendió pronto y por las malas que ciertos silencios se convierten en nuestros indiscutibles amos y nos encierran en jaulas de barrotes invisibles. 

Parlanchina a más no poder, cuando estaba alegre solo le faltaban las plumas para emparentarla con las exóticas cacatuidae. Su estentórea risa podía percibirse a larga distancia sin mucho problema. Cuando por algún motivo se le dispersaba el júbilo, también recurría a la palabra como válvula de escape. Pero eso era antes. Antes del día D y la hora H. Antes del seísmo que lo cambió todo. Antes del huracán que la vació por dentro y le arrancó la piel que no se ve, despojándola de la chispa que alimentaba constantemente la llama. Cuentan las malas lenguas que de tanto sentir sin ser sentida se le agrietó el alma, y por sus rendijas se filtró todo el gris del universo. 
No supo luchar y sus noches en vela se tornaron la crónica de una derrota anunciada. Quién lo diría. Ella que siempre le había plantado cara al dolor y a vida, y construyó su propia prisión con ladrillos de silencio. Y entre el vacío de sus mudas paredes la vencieron el miedo y sus secuaces, que le cantaban al oído todo lo que nunca sería, mutando su hermoso abecedario en espinas que nunca conocerían la rosa. Angustia el lugar de Amor. Burla en vez de Beso. Cráter donde siempre latió un Corazón. Dolor amordazando al Deseo... 

Quiere escapar. Quiere y no puede. Quiere y no sabe. Juez, jurado y verdugo de su propia condena, desconoce que nadie más que ella misma puede cortar la cuerda que le aprisiona las manos, la voz y las alas. 

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