jueves, 22 de junio de 2023

Destino

La ascensión ha sido extenuante. Tras un periplo de meses vagando por la desolación de las tierras de Nymgar buscando la ubicación exacta de la Montaña del Pacto, pasó semanas tratando de localizar la entrada a la gruta. La profecía, repetida una y otra vez desde el principio de los tiempos, solo hablaba del brillo de la luna y de la silueta de un ave, pero poco más aclaraba al respecto. Una noche de borrasca, insomne y ya a punto de abandonar por pura desesperación y regresar a las tierras donde el viento quema los ojos, un rayo perdido de luna, la rama de un árbol centenario y una sombra en la roca dibujaron en su imaginación la figura del Cuervo Eterno de la leyenda, y supo que al fin la había encontrado. Ni el chaparrón cruel ni el vendaval implacable impidieron que en ese mismo momento iniciara el ascenso hacia el lugar sagrado donde nacen las tormentas y muere el color de los sueños. Tras tres días agotadores, y a pocos metros de la cúspide, el huevo que tan celosamente protegía en la mochila comenzó a irradiar un calor de ascua mal apagada que se intensificaba conforme el sendero se acercaba a la grieta vertical que marcaba la frontera entre la luz y la oscuridad, entre la risa y el llanto, entre el amor y el miedo. La visión de la Anciana no era un simple delirio de una vieja loca narcotizada por masticar demasiada hierba del infierno…

La Cámara Negra es exactamente como ha aparecido en sus sueños desde que tiene memoria. La humedad y el frío que duelen, los altorrelieves de los Señores del Caos cubiertos por las telarañas del tiempo que nunca se detiene, los amuletos de los Primeros Moradores que desataron el infierno y luego lo contuvieron en un medallón. Un medallón que, iluminado por la luz que se filtra desde el exterior, emite destellos de peligro y malignidad. Y la figura de Angrummion, Guardián de las Pesadillas, o lo que queda de él, reposa inerte sobre una tierra antigua y arcana que huele a muerte. La criatura que dormía en el interior del huevo se agita. Se acerca la hora maldita que pondrá fin a sus días y librará al mundo de una eternidad de tiniebla onírica. Falta poco para que la redondez de la luna llena encumbre la montaña y se rompa el hechizo que retiene a las hordas de pesadillas en la chapa de cobre maldito. Ella no lo consentirá. Nació para evitarlo y no piensa eludir su destino.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… El aire entra a sus pulmones. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… No lo deja escapar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Lo libera y siente como abandona su cuerpo para mezclarse con la atmósfera circundante. Lleva siglos entrenándose para este momento y, aunque se sabe preparada, la trascendencia de lo que está por venir la sobrecoge. Coloca el huevo junto al cadáver del extinto guardián. Extrae la daga de la funda y se prepara a ofrecer su carne y su sangre como sacrificio. Percibe cómo la esfera de energía concentrada en su diafragma se ramifica y se expande en círculos concéntricos mientras las palabras del conjuro se perfilan en su mente vacía de todo excepto de sí misma. Ahora huele más a muerte. A la suya.


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