jueves, 28 de septiembre de 2023

CAFÉ SIN AZÚCAR


Esto tiene que acabar, piensa mientras remueve con la cucharilla un café al que ni azúcar le ha puesto. Tengo que hablar con ella. Tiene que entenderme. Esto tiene que acabar. 

Seis de la mañana. Sola en la cocina. Ahora es una mujer despeinada y con ojeras, pero hace escasos veinte minutos era Friedrich. Friedrich de pie en lo más alto de la montaña más alta. Friedrich apoyado en un bastón mientras contempla pensativo las cimas de otras montañas respirando en la niebla, envuelto en la perspectiva cromática romántica por excelencia. ¿Desde cuándo era ella el caminante sobre el mar de nubes? ¿Dónde estaba el punto de fuga de este cuadro? Un sonido insólito la obligó a salir de sus cavilaciones acerca de la dicotomía vida terrenal (encarnada en las montañas) y vida eterna (implícita en las nubes). ¿Era cierto que unos murciélagos aleteaban en la lejanía? ¿Y a la estrambótica criatura que había surgido al fondo —cargándose todos los cánones de la pintura romántica— quién la había invitado? Tres patas, brazos acabados en garras y textura fibrosa y rugosa. Vamos, la fusión perfecta entre un Ent de Tolkien y un surrealista monstruo lovecraftiano...

Seis de la mañana. Sola en la cocina. El tintineo de una cuchara afanada en un café sin azúcar. Las conclusiones de la debacle onírica estaban claras. Tenía que hablar con su hija. Los repasos intensivos de Fundamentos del Arte para la EBAU la estaban volviendo loca. Y era necesario descansar un tiempo de novelas fantásticas y de terror. Y el café que no tiene azúcar. 

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