Aunque había intentado postergarlo durante lo que parecía una eternidad, sabía que aquel instante llegaría. Había luchado durante meses por evitarlo sabiendo que la derrota era irremediable. Aquella batalla no se ganaba con besos ni con ganas. Lo supo, solo lo supo, no preguntéis cómo. Una ráfaga gélida que le congeló el corazón y la dejó sin palabras. Al descorrer la cortina y mirar a través de la ventana, allí estaban todos, esperando para acompañarla en un viaje sin retorno. Su colección de miedos y pesadillas, como fantasmas mudos, aguardaban hambrientos la hora de la venganza. No faltaba ni uno. Lo ocupaban todo, sin dejar un milímetro a la esperanza. Era tiempo de rendirse y guardar silencio, así que se dispuso a abrir la ventana y dejarlos entrar a todos. Garras afiladas le abrían surcos en todas las sonrisas que te dedicó mientras dientes como sierras despedazaban implacables el calor de tus abrazos. Carcajadas y burlas. Susurros venenosos: siempre lo supiste. Cayó de rodillas y tuvo la certeza de que ya jamás volvería a levantarse. Y es que hay veces que para morir no es preciso dejar de respirar.
jueves, 30 de noviembre de 2023
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