Poco antes de que llegara el tren, la estación se tornó un enjambre de transeúntes y maletas expectantes. La niñera que había contratado su familia paterna para que la acompañara tardaba en regresar del aseo y la multitud la empujaba cada vez más cerca de la plataforma. De repente, una pieza de tejido áspero cubrió su nariz y su boca bajo una mano que ejercía una presión asfixiante. Intentó liberarse, pero unos brazos fuertes la inmovilizaron sujetándola desde atrás. Y ese olor...
Cuando despertó, sintió mareo y náuseas. Mientras trataba de incorporarse del sucio jergón sobre el que yacía, se percató de que la habían despojado del vestido y de sus zapatos. Con mucho esfuerzo se puso en pie y avanzó a trompicones por la estancia en penumbra. Miedo y frío. Frío y miedo. Quería gritar y no le respondía la voz. ¿Dónde estaba? ¿Por qué le habían quitado la ropa? Todo eran preguntas y para ninguna encontraba respuesta. Un llanto desconsolado se apoderó de su cuerpo y lo sacudió en espasmos incontrolables al ver a su osito Billy, al que aquella misma mañana había dejado en su propia cama prometiéndole que no tardaría en regresar, tirado en aquella interminable escalera.
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