miércoles, 14 de febrero de 2024

ORIGEN



Cuentan las antiguas leyendas que, al principio de los días, Luz y Oscuridad, Agua y Fuego, Bien y Mal, fueron complementarios en lugar de opuestos absolutos, criaturas eternas forjadas, a partir de la energía más pura, por las manos de los lejanos dioses para insuflar vida al inmenso vacío del universo. Guardianes de todas las cosas. Durante eones complacieron sonrientes los caprichos de las deidades supremas, contemplaron serenos las idas y venidas de los cuerpos celestes, el nacimiento y la muerte de galaxias enteras, el devenir silencioso de un cosmos donde el Tiempo carecía de relevancia.

Fueron testigos de la asombrosa metamorfosis de la Tierra, de páramo desértico arrullado por el canto de los vientos aulladores a planeta azul y fértil donde fueron enviados a cumplir cada uno con sus propias tareas, bajo la atenta supervisión del ufano Tiempo, proclamado por los divinos creadores gobernador absoluto de sus dominios. Como buen tirano devoto del divide y vencerás, Tiempo desmanteló la morada conjunta de las tres parejas eternales y las forzó a disgregarse para mejor cumplimiento de sus menesteres. Luz buscó refugio en la cima de la montaña más alta para sentirse más cerca del astro rey. Oscuridad, triste y celosa, halló resguardo en la gruta más profunda y esculpió en sus muros las futuras puertas del Inframundo. El cuerpo de Agua se licuó y su espíritu se fundió con su creación más perfecta, expandiéndose a lo largo y ancho del planeta. Sin su par, Fuego tuvo miedo y se escondió en las entrañas de la tierra, derritiéndolas y dejando salir su pesar en forma de ardiente lava. Bien y Mal se ocultaron de los ojos ciegos de Tiempo y nadie supo nunca dónde encontrar su hogar.

Transcurrieron los milenios, las hojas de los árboles murieron y nacieron un millón de veces, las especies que hollaban los senderos del planeta mutaron a voluntad de la divinidad caprichosa y, un buen día, una de ellas llamó poderosamente la atención de los guardianes. Mostraban comportamientos similares a los del resto de animales que se agrupaban en manadas, aunque caminaban ya sobre las extremidades inferiores. Se comunicaban de manera inusual, y se mostraban afecto de forma más extraña todavía. Unían sus bocas y sus pieles, se envolvían uno en brazos de otro y elevaban el acto natural de la procreación a un estadio nunca visto. Bien y Mal pronto anidaron en sus corazones, permeables como suelo poroso.

Luz y Oscuridad, los guardianes menos propensos a la rebeldía, sintieron una gran curiosidad por el asombroso ritual de intercambio de afectos y decidieron, venciendo sus reticencias y desobedeciendo las órdenes de Tiempo, experimentarlo ellos mismos utilizando sus entidades corpóreas. Al ocaso de una tarde, unieron sus cuerpos en la garganta más profunda de un valle oculto por las sombras. Se miraron a los ojos con hambre desconocida de siglos. Sus pieles centellearon con la potencia de un millar de estrellas y la gravedad de un millar de vacíos. Al unir sus labios, desencadenaron terremotos que derribaron montañas. Pura electricidad recorría sus figuras de alabastro pulido. Cuando alcanzaron el clímax, auroras boreales pintaron el cielo por vez primera. 

Mudos de espanto y furiosos por la osadía de los otrora mansos guardianes, los dioses descendieron en tromba a la Tierra, despertando a Tiempo, que dormía ajeno a todo en su burbuja de cristal. Las acusaciones e imprecaciones quedarían seguramente grabadas en la memoria de las piedras, pero nadie las transmitió nunca. Lo que sí trascendió fue el castigo que les impusieron sin un ápice de piedad. La maldición quebró el aire como un trueno en la quietud de la noche. Separados para siempre bajo amenaza de destruir el mundo que tanto apreciaban ya. Ambos se resignaron a vivir cada uno en un extremo de la nada y no volver a repetir aquella alianza de cuerpos que ya había dejado marca indeleble en su esencia. Agua y Bien acompañaron a Luz a su nueva morada de nubes. Fuego y Mal consolaron a Oscuridad en su forzado hogar de raíces y niebla. Dolió tanto que, desde entonces, se define la Oscuridad como la ausencia de Luz. 

Pero los dioses no contaban con que una minúscula franja de cosmos desafiaría su maleficio. ¿Habéis visto como, al alba y en el ocaso, Luz y Oscuridad se acarician a lo largo de la delgada línea del horizonte? Y cuentan las malas lenguas que, en las tierras septentrionales donde no se acata el gobierno del tiempo, sigue pintando el cielo la belleza de las auroras boreales.

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