jueves, 29 de febrero de 2024

CRIATURA


Desde pequeños se nos enseña a temer a los monstruos en lugar de a convivir con ellos. Siempre viví aterrorizada por los horribles seres que habitaban los armarios y los espacios que las pelusas dejaban libres bajo las camas. Hasta la noche en que cumplí diez años.

Nací una noche de junio, por lo que mis concurridas fiestas de cumpleaños siempre tenían lugar al aire libre. Aunque era mi día, me aburría soberanamente y me escabullí sin ser vista por un agujero del seto de la casa de la abuela, disponiéndome a internarme en el bosque donde a los niños nunca nos dejaban jugar.

Aún no había anochecido y los rayos retozones del sol se colaban entre el ramaje de la zona menos densa de la primera arboleda. Me hallaba buscando ardillas o algún otro animalillo al que poder observar cuando me alertó el chasquido de unas ramas al quebrarse. Me quedé petrificada, y un escalofrío de miedo congeló mis cuerdas vocales impidiéndome gritar. 
Aquella criatura de rostro diabólico y enormes dientes, aquella mole de horror concentrado, posaba en mí sus ojos de fuego.

—¿Jugamos?— preguntó su voz cavernosa.

Fue lo último que percibí antes del fundido a negro. 


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