jueves, 7 de marzo de 2024

FUEGO


Nació de vientre humano, pero pronto le quedó claro al Consejo que aquella no era una criatura corriente. Sus rabietas infantiles venían acompañadas de temblores de tierra y destrozos varios. Cuando estaba feliz y contenta parecía que el sol brillara con más fuerza y hasta las hojas de los árboles parecían lucir un verde más intenso. Sus ojos parecían emitir siempre una luz que no era de este mundo.

Al cumplir los diez años, e incapaces de controlar los riesgos que derivaban de su mera presencia, el Consejo de Ancianos decretó su destierro del poblado y su aislamiento en una destartalada cabaña en mitad de un bosque perdido entre las lejanas Montañas de Niebla.  Sin abrigo ni sustento, no tardaría en sucumbir al funesto destino que aguardaba siempre a los malditos. Nadie pronunció una palabra a su favor. En nadie nació una mísera pizca de misericordia. La inmovilizaron y, tapándole la nariz, la obligaron a tragar la amarga infusión de la hoja del sueño. Mientras se debatía, tembló el suelo y se levantó un viento feroz, pero ya era tarde. Tras horas y horas de viaje a lomos de una mula vieja, la abandonaron a su suerte en la aterradora oscuridad.

Pasó las primeras horas acurrucada en una esquina de la ruinosa cabaña, hasta que el hambre y la sed la empujaron fuera. A su tierna edad, no sabía qué hacer para buscar agua y alimento, por lo que se sentó en el suelo llorando de impotencia. Para su sorpresa, de cada lágrima que caía a la tierra brotaba instantáneamente una planta cargada de carnosos frutos de un colorido imposible. Con la inconsciencia propia de sus pocos años, probó a comer uno y le supo bien. Apoyó las manos sobre la arcilla negruzca y esta se abrió dejando salir un caño de agua fresca y cristalina. Sus sueños la guiaban y con el tiempo aprendió a obtener alimento y agua sin necesidad de lágrimas. Solo debía concentrarse y la Madre Naturaleza se lo proporcionaba gustosa. No necesitó nunca defenderse, pues las bestias que pululaban por el bosque se acercaban a ella como mansos cachorritos. Pero estaba sola. Sola. Sola.

Poco a poco fue descubriendo el poder que albergaba dentro, al mismo tiempo que crecían en su alma la ira y el rencor al recordar su cruel abandono. Cuando se aislaba del mundo y focalizaba su mente en esos sentimientos, el corazón le quemaba y la piel le ardía. Una vez cruzada la frontera de la pubertad, cuando se enfadaba se le prendía el cuerpo como una tea y debía llevar cuidado con no incendiar el bosque que era su hogar. Una noche lo vio claro en sus sueños. El fuego que le brotaba de dentro sería su mejor aliado. Aquellos que la habían desterrado tan injustamente pagarían con creces sus años de soledad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MONÓLOGO DE ARENA

La vida es esa montaña rusa cuyos vaivenes oscilan impredeciblemente entre el cielo y el suelo. Hoy estamos aquí, mañana quién s...