domingo, 24 de marzo de 2024

DE COLORES


Todos tenemos un talón de Aquiles. Todos nos transformamos en algún momento, por cualquier circunstancia, en aquello que despreciamos y juramos un día no llegar a ser nunca. Los otrora senderos de luz que imaginamos bajo los auspicios de un espejismo se tornan lóbregos túneles de desesperanza donde agonizan los sueños que nunca llegarán a cumplirse. Y ella no iba a ser menos.

Ella. La que se pensaba por encima de los sentimientos bobos que hacían a los demás vulnerables. La que se bebía la vida a sorbos y a besos y a canciones mientras las yemas de unos dedos le acariciaban la espalda. La que solo creía en el dios de la boca sedienta y la piel en llamas. Miradla ahora. Miradla ahora mientras se ahoga en su propio llanto camuflada por el chorro de agua de la ducha. Mientras se hunde sin remedio en su propio mar de dudas. Mientras su mente reproduce en bucle el momento exacto en que aprendió cómo suenan los corazones al romperse. Imbécil, estúpida, ridícula, se repite como un mantra. ¿Cómo has llegado a esto?, se pregunta a sabiendas de que no se responderá. La cortina de la ducha asiste impertérrita al patético espectáculo. Las cañerías acogen en su regazo metálico la sal de las lágrimas diluida en todas las palabras que le gustaría decirle y nunca le dirá. Que los días sin él serán desierto y vacío. Que el mundo sin su sonrisa será solo un vertedero de abrazos huérfanos de nada. Que jamás ha sentido tanto miedo. Que ojalá la palabra "mañana" se borrase de los diccionarios para ya no tener que despertar. Ese último pensamiento la deja sin aliento y la fulmina como un rayo. ¿No despertar? ¿Pero en qué birria de persona se ha convertido? Ella ama la vida y sus posibilidades por encima de todo. 

Al salir de la ducha su corazón ya no galopa y se ha sumido en la zozobra de un trote confuso. «No tires la toalla, sécate con ella», le susurra una voz que habita el otro lado del espejo empañado. No puede evitarlo y, entre el caudal de lágrimas que le baña el rostro, una sonrisa emerge de lo más profundo de su ser para emborronar el cuadro trágico con alguna pincelada de oportunidad. Hasta mi espejo es tonto, murmura con un hilo de voz, y vuelve a reír. Y su risa se erige en atalaya defensora contra el dolor acuciante que la doblega. Porque vosotros solo veis a una criatura ridícula, gris y llorona, pero en el fondo es un ser de colores que hasta ella misma ha olvidado. Lleva dentro el azul del mar que la reconforta y del cielo despejado donde tantas veces ha volado al compás de una melodía de gemidos furtivos. El rojo de un corazón que ya ha entregado su mayor tesoro y que, a pesar de los pesares, seguirá latiendo para proteger su hermosura. La dulzura de un ámbar de miel aprendiendo a combatir amarguras. El verde de la hierba que crece en las grietas de muros resquebrajados. El fucsia que tiñe las nubes todas las mañanas de viento. Y la plácida calidez del amarillo de un sol que disipa los miedos y las pesadillas en la peor de las tormentas. Nunca se ha visto en una así. Nunca ha estado a punto de naufragar en mitad de una tempestad tan absolutamente devastadora y aún así sabe a ciencia cierta que saldrá a flote. Porque su sonrisa ha vuelto para rescatarla y no hay oscuridad capaz de hacerle frente. Y se sienta y, poquito a poco, vuelve a inventarse unas alas y se las cose a la espalda con mimo, con la ayuda de la magia que se le esconde tras las heridas. Miradla ahora. Miradla, que ahora sí es ella. Magia de colores, brillante y con la risa intacta.

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