En ocasiones vuelvo. Cuando el gris monótono de la rutina conquista el territorio de la primera luz del alba, vuelvo. Cierro los ojos y regreso al país imperecedero de la infancia. Igual que un río que candorosamente vence la soledad de una tierra baldía, tu recuerdo asoma por el horizonte portando el estandarte del bastión de los sueños.
Como una postal grabada a bajorrelieve en el friso de la memoria, nos veo recorriendo nuestro pequeño mundo a lomos de un corcel metálico, de nuestro tesoro más preciado, de la libertad que nos regalaban dos ruedas y un escuálido chasis de un azul ya desvaído. Bajo un cielo de fuego, nos sentíamos dueños de las nubes y del viento.
Hambrientos de experiencias y sedientos de aventura, fuimos medallistas de rodillas raspadas y manos sucias. Hebras de plata en el abrazo de una luna inocente. Polizones de un barco que siempre llegaba a buen puerto. Ganas a raudales y sonrisas de ilusión intacta.
Cuando el mundo se torna gris, vuelvo. Vuelvo al invicto país de la infancia donde los sueños eran aún posibles.
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