Sombra. Ruina. A partir de ahora, siempre será de noche. El negro tiñe implacable un corazón que vestía todos los colores del arcoiris. La oscuridad inunda los espacios donde un día reinó la luz. Un mar de lágrimas baña el rostro que ayer sonreía nada más intuir tu presencia. No se daña a quien se quiere, decía la canción de Bebe. Pero tú no la escuchaste, ¿verdad? A quien se quiere, claro. Ahí está la clave.
Sin fuerzas, arrodillada sobre el suelo donde se han refugiado los mil pedazos en los que me has roto el alma. Puro despojo es lo que soy. Una broma de mal gusto en un libro serio. Las heridas de las rodillas me sangran, pero nada que ver con el gigantesco boquete que me has dejado dentro. Tus palabras me martillean el pensamiento sin piedad. Las de verdad y las de mentira. ¿O eran las mismas?
Por mi mente desfilan de una en una todas las caricias que no me vas a dar, todos los besos que no nacerán y los que se perderán en algún limbo inventado de nubes falsas y cielos traicioneros. La rabia prende como una llama y poco a poco va ganando terreno a la tristeza. Mi cuerpo se tensa y un orgullo que creía perdido me impele a ponerme en pie.
A partir de ahora siempre será de noche, pero tú de rositas no te vas a ir.
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