Solo silencio. Ni una voz. Ni un grito. Ni un sonido. A la habitación de la princesa de fresa solo llega el silencio. Pero la llama y no responde. Primero en un susurro, luego a voz en grito. La llama. Y no contesta. Se va a hacer tarde para ir al parque y echarles pan a los patos. Solo un poquito, para que no enfermen de la tripa. Se queda quietecita pegando el oído a la puerta. Nada. Solo silencio.
Abraza fuerte a Misha, el osito de peluche que duerme con ella desde que era un bebé. Ella no se acuerda, pero lo ha visto en las fotos de sus primeros días en casa. Con tres añitos ya es una niña mayor, y las niñas mayores saben obedecer. Y tiene que quedarse en la habitación calladita, sin hacer ruido, hasta que el señor malo se marche. Reconoce su voz, aunque su rostro aparece confuso en su memoria. Un día le gritó algo a la salida del cole, pero no lo entendió bien, solo escuchó la palabra papá, pero ella no tiene, y la seño se puso nerviosa y volvió con ella al aula hasta que la abuela vino a recogerla. El hombre malo grita muy fuerte y rompe cosas, pero ya se ha callado. Ojalá no vuelva nunca más a casa. Van a llegar tarde a echarles el pan a los patitos, porque en cuanto se hace de noche ellos se esconden entre los matorrales, cierran los ojos y se duermen. Como ella. Porque es una niña mayor y buena que sabe obedecer. Y también sabe que no tiene que salir del cuarto, pero se está haciendo mucho pis y las niñas mayores no se lo hacen encima.
Pone su manita regordeta en la manivela y abre la puerta con sigilo. En el pasillo hace frío, mucho frío. Pero lleva sus zapatillas para no helarse los pies y luego tener que tomarse ese jarabe que le da náuseas. Misha la acompaña colgando de su brazo. Las patitas mullidas le arrastran por el suelo, pero él nunca se pone malito. Vuelve a llamarla, pero no contesta. Al otro lado de la casa está la cocina. Seguro que está allí preparando el bocadillo de la merienda. No quiere que la regañe, pero tiene pis y no llega bien a abrir la puerta del baño.
Entra en la cocina y no entiende lo que ve. No comprende qué hace acostada en el suelo. Eso solo lo hacen en verano y ahora las baldosas están muy frías. Tiene los ojos abiertos pero no mira a ninguna parte. Su camisa blanca está manchada de rojo. Es sangre, como cuando ella se cae en el patio y se raspa las rodillas. Pero es mucha. Abraza muy fuerte al osito Misha.
—Mami, me hago pis y ya se está haciendo de noche. Mami, ¿por qué no me hablas?
No sabe qué pasa. Solo siente la oscuridad, el miedo y el frío.
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