jueves, 19 de junio de 2025

NO LO VI VENIR



No lo vi venir. Sé que suena a excusa probablemente barata, pero no lo vi venir. Debí haber estado más atento. Tanto tiempo junto a ella y no fui capaz de darme cuenta de que caminaba descalza junto al borde del abismo. 

No sé qué decir. No sé qué pensar. Se supone que los ángeles no lloramos, pero noto mezclarse la sal de mis lágrimas con la fina lluvia que me moja el rostro. ¿Será que de tanto estar con los humanos se me ha contagiado algo? Hasta las oscuras nubes reprueban este pensamiento. No queda ya lugar para el sarcasmo aquí. Creo que no podré perdonármelo nunca. 

Siempre fue tan terca, tan bruta, tan...ella. Estar a su lado era vivir en quasi permanente vigilia. Si no era una cosa era otra. Por el amor del Padre, qué manera de coleccionar pequeños y no tan pequeños inconvenientes. Aunque ya nunca rezaba, más de una vez me guiñó un ojo cuando salía indemne de algún dislate. Siempre se repuso. Siempre demostró entereza ante los golpes que le dio la vida, y no fueron pocos. Su alma brillaba aun en tiempos de tiniebla. Ella no lo sabía, pero cuando sonreía el mundo era un lugar mejor.

Por eso no lo vi venir, y sé que nunca podré perdonármelo. Debí haberme dado cuenta de que la tristeza de sus ojos les había apagado el brillo. Haber notado que sus ojeras eran más profundas y más oscuras. Que ya no soñaba despierta, y cuando lograba dormir descendía rauda al infierno de las pesadillas. ¿Cómo pudo romperse así? ¿Qué la llevo a rendirse de aquella manera irrevocable?

Solo fue un ratito. Un ratito nada más. La noche era muy fría y, cobijado en las mantas, se me cerraron los ojos. Se levantó a fumar como algunas noches, y yo me quedé dormido. Unos minutos. Y no volvía. Esperé un poco, por aquello de la privacidad y esas cosas, pero no volvía. El vaso de agua a medio sobre la mesa. El blíster de pastillas vacío salplicando de plata una baldosa del suelo. Y ella que no despertaba por mucho que le gritaran. Sigo sin creérmelo, por más que pasen los días y yo siga aquí sentado en este lugar de nadie. 

Y sí, los ángeles de la guarda también lloramos.

jueves, 12 de junio de 2025

Juez, jurado y verdugo



Dicen que dijo Aristóteles que somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras. Sin embargo, ella aprendió pronto y por las malas que ciertos silencios se convierten en nuestros indiscutibles amos y nos encierran en jaulas de barrotes invisibles. 

Parlanchina a más no poder, cuando estaba alegre solo le faltaban las plumas para emparentarla con las exóticas cacatuidae. Su estentórea risa podía percibirse a larga distancia sin mucho problema. Cuando por algún motivo se le dispersaba el júbilo, también recurría a la palabra como válvula de escape. Pero eso era antes. Antes del día D y la hora H. Antes del seísmo que lo cambió todo. Antes del huracán que la vació por dentro y le arrancó la piel que no se ve, despojándola de la chispa que alimentaba constantemente la llama. Cuentan las malas lenguas que de tanto sentir sin ser sentida se le agrietó el alma, y por sus rendijas se filtró todo el gris del universo. 
No supo luchar y sus noches en vela se tornaron la crónica de una derrota anunciada. Quién lo diría. Ella que siempre le había plantado cara al dolor y a vida, y construyó su propia prisión con ladrillos de silencio. Y entre el vacío de sus mudas paredes la vencieron el miedo y sus secuaces, que le cantaban al oído todo lo que nunca sería, mutando su hermoso abecedario en espinas que nunca conocerían la rosa. Angustia el lugar de Amor. Burla en vez de Beso. Cráter donde siempre latió un Corazón. Dolor amordazando al Deseo... 

Quiere escapar. Quiere y no puede. Quiere y no sabe. Juez, jurado y verdugo de su propia condena, desconoce que nadie más que ella misma puede cortar la cuerda que le aprisiona las manos, la voz y las alas. 

jueves, 5 de junio de 2025

Aunque fuera un instante



Sucede que a veces, por mucha experiencia que se tenga, la vida, los dioses o los hados del destino (crea cada uno en lo que quiera) no muestran sus cartas hasta que lo juzgan oportuno, y suelen hacerlo en forma de un aquí te pillo aquí te mato que nos deja con pocas o ninguna opción para variar el rumbo de nuestros pasos. Nos cambia la melodía y la letra de la canción a cuyo son danzamos y no nos queda más remedio que rendirnos a la evidencia.

Fíjense si no en ella, vivo ejemplo de lo que narra esta humilde voz en off. Ella, la que un día se bebía el mundo a sorbos de distintas copas (no fuera que se aburriese), ahora mira sin ver a un punto indeterminado al otro lado de la ventana. ¿Qué hay en sus ojos? Melancolía, quizás. Añoranza, tal vez. ¿Por qué se curvan sus labios en una mueca a medio camino entre la sonrisa triste y el puchero? Su rostro es, desde luego, un caleidoscopio de emociones, y no sabe si dejarse tragar por el mar de pena que la embarga o abrir las alas y echar a volar con el primer viento de esperanza que en ocasiones le alborota el pelo. Si la conociesen, no les haría falta ni preguntarse en qué esta pensando, pero ya se lo digo yo: está pensando en él. Como siempre, como nunca, como cada vez que respira.

Porque ustedes no lo saben, pero esa loca (que no me oiga) de los ojos llenos de agua un día fue astronauta. O lo es, aunque se lo niegue con la boca pequeña y el corazón encogido. Y surcaba el firmamento de universos enteros a lomos de una estrella fugaz solo por imaginar la risa de quien se convirtió en su sol. Cuántos momentos desfilan ahora por esa mirada perdida. Con qué ahínco la memoria se rebela contra la forzada e imperiosa necesidad de olvido. No pudo ser, le susurra con pesar a la taza de café que remueve como si en ella fuera a encontrar su salvación. No pudo ser, se repite, pero qué no daría por volver a sentir el calor de sus manos unidas aunque fuera un instante.

NO LO VI VENIR

No lo vi venir. Sé que suena a excusa probablemente barata, pero no lo vi venir. Debí haber estado más atento. Tanto tiempo junt...