jueves, 27 de febrero de 2025

SANGRE DE SU SANGRE


Agazapada en la espesura de la zona más profunda del bosque, aguardó con inquietud a que la capa de nubes, heraldos de la tormenta que se avecinaba, atenuara los rayos de luna que en cualquier otro momento hubiera venerado. El sonido lejano del trueno competía en su interior con la zozobra que minuto a minuto le devoraba las entrañas. No había vuelta atrás. Su acero había roto el pacto que durante años había procurado la paz a su pueblo y solo le quedaban dos opciones: atenerse a las consecuencias o huir del que había sido su hogar y ocultarse hasta el fin de sus días. La primera ni la contemplaba, por supuesto.

Cuando la penumbra hizo acto de presencia en el claro que lindaba con el río, avanzó rauda hasta la misma orilla con cuidado de no resbalar en las rocas. Se arrodilló y puso el yelmo a buen recaudo. Con manos temblorosas, introdujo la capa en el gélido caudal de la frontera líquida que separaba sus tierras de los asentamientos bárbaros. En pocos segundos, las aguas bravas se tiñeron del carmesí de la sangre, de la vergüenza, de la rabia. Río abajo se perdía su futuro y todo lo que alguna vez amó.

Desde que partió del castillo, llevaba incrustado el aroma metálico y dulzón de la roja muerte en todos y cada uno de los pliegues del alma, y la traición clavada en el pecho como una daga ponzoñosa. Su hermano, su propio hermano. Hipotecando su futuro para reforzar el vínculo con sus aliados. Vendiéndola igual que se vendían los animales en el mercado. A ella, doncella guerrera que aprendió a blandir la espada al mismo tiempo que a caminar. Esposa de un mentecato que no sabía ni ajustarse la armadura. No le había dejado más alternativa, y ahora la sangre de su sangre teñía de rojo las aguas y de negro el incierto mañana. 


jueves, 20 de febrero de 2025

PABLO

Siempre supo que algo no iba bien con aquella criatura. Desde el mismo momento de concebirlo, su vientre emitía señales de alerta, pero no entendía su significado. Durante los meses de embarazo, un cuervo negro se posaba noche tras noche en el alféizar de la ventana de su dormitorio y rasgaba el aire con graznidos angustiosos. Los gatos del vecindario huían de su presencia como alma que lleva el diablo y sus flores se marchitaban por más empeño que pusiera en mimarlas. Soñaba con ojos amarillos llenos de maldad que brillaban lujuriosos mientras unas manos frías le arrancaban las entrañas. 

En el mismo momento en el que el niño nació el cielo se cubrió de amenazantes nubes negras y un viento frío sorprendió a los viandantes a pesar de que en el calendario sonreía inconfundible un diez de julio. La leche se le agrió en los pechos la primera vez que el bebé se enganchó al pezón y tuvieron que alimentarlo a base de fórmula en biberón. El niño nunca lloraba, ni de día ni de noche. Tampoco sonreía ni emitía los ruiditos típicos de los bebés conforme van pasando etapas. Se limitaba a mirarlo todo fijamente y con rostro impasible. Este niño no es normal, le decía su madre. Nunca lo cogía en brazos porque le aterraban las sombras oscuras que decía ver en sus ojos color miel. Eso son cosas tuyas, mamá, le respondía ella sin convencimiento alguno. Un hijo es un hijo, y bastante desgracia tenía ya este con que su padre fuera un desgraciado (muy guapo, eso sí) que la preñó una noche y nunca más se supo.

Pasaron los meses y una tarde, al volver a casa tras una dura jornada en el bar que les proveía el sustento, su madre dormitaba plácidamente en la mecedora del salón mientras se suponía vigilaba a Pablo. El niño estaba en el suelo, sus regordetas piernecitas desnudas sobre el parqué mientras se afanaba con lápices y carboncillos sobre una lámina. Era asombrosa la querencia que había desarrollado Pablo por lápices y papel. Como siempre que llegaba, se acercó a darle un beso en la cabecita antes de pasar por la ducha, pero aquella tarde no sería igual a ninguna… La mano de su hijo, apenas más que un bebé, había dibujado con trazo perfecto y una habilidad increíble el rostro del destino común a todo ser vivo. Una hermosa representación de la parca la miraba desafiante desde la blancura inocente del papel. Llamó a su madre asustada. ¡Mamá, mamá!  Pero la abuela no despertó, ni lo volvería a hacer nunca. Pablo sonrió por primera vez, y su risa le heló la sangre en las venas.

Como mecanismo de defensa, su mente decidió sepultar en el olvido aquel aterrador suceso, pero ahora le desfila por la memoria como una película en bucle, mientras los ojos amarillos de Pablo brillan lujuriosos al arrancar con sus propias manos las entrañas que lo acogieron antes de su llegada al mundo de los mortales. 


jueves, 13 de febrero de 2025

CUENTOS DE VIEJAS

Nunca dieron pábulo a las habladurías del reducido número de habitantes del valle que se daba cita los sábados en el mercado de Gloomsbury. Maledicencia. Pura envidia. La herencia de la abuela Gertrude había sido verdaderamente un regalo caído del cielo. Siguiendo las recomendaciones del doctor Redfield, abandonaron el asfalto, el bullicio y las comodidades de su adosado en la gran ciudad por el aire puro, el canto de los pájaros y la chimenea de leña de un nuevo hogar emplazado a varias millas del núcleo habitado más próximo. Las mejillas de Rose pronto agradecieron el cambio, vistiéndose de un color sonrosado, y en su vientre por fin anidó el fruto del amor que tantos años se había hecho esperar. 

La vivienda no era excesivamente grande, pero suficiente para los dos y para el bebé que venía en camino. Por la noche el viento les jugaba malas pasadas y disfrazaba su voz de llanto quedo unas veces, de histriónicas carcajadas otras. La instalación eléctrica necesitaba a todas luces una renovación, pues sin duda las bajadas y subidas de tensión provocaban que los casquillos de las bombillas explotaran con demasiada frecuencia. De igual modo era necesaria una revisión de cierres y postigos de las ventanas, puesto que se abrían con estrépito en mitad de la noche. Lo peor eran los cristales rotos cada dos por tres sin venir a cuento y los pájaros que se colaban por alguna oquedad para morir en la cuna de su futuro hijo. 

En sus encuentros semanales, los pocos vecinos del valle los miraban con expresiones que oscilaban entre el miedo y la conmiseración. El día que Rose mencionó los pájaros muertos en la cunita, la panadera y la ferretera se santiguaron antes de poner pies en polvorosa con muecas de espanto. El cristalero se negó en redondo a reparar por segunda vez las cristaleras del comedor, y el carpintero rechazó con vehemencia su petición de reforzar las ventanas. Ni por todo el oro del mundo, afirmó muy serio. ¿Pero qué le ocurre a esta gente?, se preguntaban extrañados Edward y Rose. La vieja Margot se apiadó de ellos y les contó la misma historia que ya contara su tatarabuela...Un matrimonio con una criatura recién nacida. La muerte del neonato una noche sin luna. La locura instalándose en cada rincón del hogar. El fuego calcinando las dos vidas rotas que no quiso la parca. Dos almas errantes y una cuenta pendiente con el destino. Cuentos de viejas, respondió Edward entre ofendido y escéptico. Pueblerinos supersticiosos, los criticaron ya al calor de su chimenea. 

Dos sombras incorpóreas los espían desde la quietud de la noche. Observan con expectación cómo va creciendo el ya abultado vientre de Rose. Se toman de la mano y, con una sonrisa de terrorífica beatitud, cuentan al unísono los días que faltan para abrazar por fin a su pequeño. 

jueves, 6 de febrero de 2025

UNA NIÑA MAYOR

Solo silencio. Ni una voz. Ni un grito. Ni un sonido. A la habitación de la princesa de fresa solo llega el silencio. Pero la llama y no responde. Primero en un susurro, luego a voz en grito. La llama. Y no contesta. Se va a hacer tarde para ir al parque y echarles pan a los patos. Solo un poquito, para que no enfermen de la tripa. Se queda quietecita pegando el oído a la puerta. Nada. Solo silencio.

Abraza fuerte a Misha, el osito de peluche que duerme con ella desde que era un bebé. Ella no se acuerda, pero lo ha visto en las fotos de sus primeros días en casa. Con tres añitos ya es una niña mayor, y las niñas mayores saben obedecer. Y tiene que quedarse en la habitación calladita, sin hacer ruido, hasta que el señor malo se marche. Reconoce su voz, aunque su rostro aparece confuso en su memoria. Un día le gritó algo a la salida del cole, pero no lo entendió bien, solo escuchó la palabra papá, pero ella no tiene, y la seño se puso nerviosa y volvió con ella al aula hasta que la abuela vino a recogerla. El hombre malo grita muy fuerte y rompe cosas, pero ya se ha callado. Ojalá no vuelva nunca más a casa. Van a llegar tarde a echarles el pan a los patitos, porque en cuanto se hace de noche ellos se esconden entre los matorrales, cierran los ojos y se duermen. Como ella. Porque es una niña mayor y buena que sabe obedecer. Y también sabe que no tiene que salir del cuarto, pero se está haciendo mucho pis y las niñas mayores no se lo hacen encima. 

Pone su manita regordeta en la manivela y abre la puerta con sigilo. En el pasillo hace frío, mucho frío. Pero lleva sus zapatillas para no helarse los pies y luego tener que tomarse ese jarabe que le da náuseas. Misha la acompaña colgando de su brazo. Las patitas mullidas le arrastran por el suelo, pero él nunca se pone malito. Vuelve a llamarla, pero no contesta. Al otro lado de la casa está la cocina. Seguro que está allí preparando el bocadillo de la merienda. No quiere que la regañe, pero tiene pis y no llega bien a abrir la puerta del baño. 

Entra en la cocina y no entiende lo que ve. No comprende qué hace acostada en el suelo. Eso solo lo hacen en verano y ahora las baldosas están muy frías. Tiene los ojos abiertos pero no mira a ninguna parte. Su camisa blanca está manchada de rojo. Es sangre, como cuando ella se cae en el patio y se raspa las rodillas. Pero es mucha. Abraza muy fuerte al osito Misha.

—Mami, me hago pis y ya se está haciendo de noche. Mami, ¿por qué no me hablas?

No sabe qué pasa. Solo siente la oscuridad, el miedo y el frío.


NO ABRAS LOS OJOS

No abras los ojos. No mires. Ella está ahí. Como siempre. Acechándote. Esperando el menor descuido por tu parte para arrastrarte...