Letras del espejo roto
jueves, 3 de abril de 2025
De mantis a hormiga
jueves, 27 de marzo de 2025
LA ÚLTIMA PARTIDA
jueves, 20 de marzo de 2025
ALERTA ROJA EN BLANCO Y NEGRO
jueves, 13 de marzo de 2025
NO ABRAS LOS OJOS
jueves, 6 de marzo de 2025
SIN MAPA NI BRÚJULA
jueves, 27 de febrero de 2025
SANGRE DE SU SANGRE
Agazapada en la espesura de la zona más profunda del bosque, aguardó con inquietud a que la capa de nubes, heraldos de la tormenta que se avecinaba, atenuara los rayos de luna que en cualquier otro momento hubiera venerado. El sonido lejano del trueno competía en su interior con la zozobra que minuto a minuto le devoraba las entrañas. No había vuelta atrás. Su acero había roto el pacto que durante años había procurado la paz a su pueblo y solo le quedaban dos opciones: atenerse a las consecuencias o huir del que había sido su hogar y ocultarse hasta el fin de sus días. La primera ni la contemplaba, por supuesto.
Cuando la penumbra hizo acto de presencia en el claro que lindaba con el río, avanzó rauda hasta la misma orilla con cuidado de no resbalar en las rocas. Se arrodilló y puso el yelmo a buen recaudo. Con manos temblorosas, introdujo la capa en el gélido caudal de la frontera líquida que separaba sus tierras de los asentamientos bárbaros. En pocos segundos, las aguas bravas se tiñeron del carmesí de la sangre, de la vergüenza, de la rabia. Río abajo se perdía su futuro y todo lo que alguna vez amó.
Desde que partió del castillo, llevaba incrustado el aroma metálico y dulzón de la roja muerte en todos y cada uno de los pliegues del alma, y la traición clavada en el pecho como una daga ponzoñosa. Su hermano, su propio hermano. Hipotecando su futuro para reforzar el vínculo con sus aliados. Vendiéndola igual que se vendían los animales en el mercado. A ella, doncella guerrera que aprendió a blandir la espada al mismo tiempo que a caminar. Esposa de un mentecato que no sabía ni ajustarse la armadura. No le había dejado más alternativa, y ahora la sangre de su sangre teñía de rojo las aguas y de negro el incierto mañana.
jueves, 20 de febrero de 2025
PABLO
Siempre supo que algo no iba bien con aquella criatura. Desde el mismo momento de concebirlo, su vientre emitía señales de alerta, pero no entendía su significado. Durante los meses de embarazo, un cuervo negro se posaba noche tras noche en el alféizar de la ventana de su dormitorio y rasgaba el aire con graznidos angustiosos. Los gatos del vecindario huían de su presencia como alma que lleva el diablo y sus flores se marchitaban por más empeño que pusiera en mimarlas. Soñaba con ojos amarillos llenos de maldad que brillaban lujuriosos mientras unas manos frías le arrancaban las entrañas.
En el mismo momento en el que el niño nació el cielo se cubrió de amenazantes nubes negras y un viento frío sorprendió a los viandantes a pesar de que en el calendario sonreía inconfundible un diez de julio. La leche se le agrió en los pechos la primera vez que el bebé se enganchó al pezón y tuvieron que alimentarlo a base de fórmula en biberón. El niño nunca lloraba, ni de día ni de noche. Tampoco sonreía ni emitía los ruiditos típicos de los bebés conforme van pasando etapas. Se limitaba a mirarlo todo fijamente y con rostro impasible. Este niño no es normal, le decía su madre. Nunca lo cogía en brazos porque le aterraban las sombras oscuras que decía ver en sus ojos color miel. Eso son cosas tuyas, mamá, le respondía ella sin convencimiento alguno. Un hijo es un hijo, y bastante desgracia tenía ya este con que su padre fuera un desgraciado (muy guapo, eso sí) que la preñó una noche y nunca más se supo.
Pasaron los meses y una tarde, al volver a casa tras una dura jornada en el bar que les proveía el sustento, su madre dormitaba plácidamente en la mecedora del salón mientras se suponía vigilaba a Pablo. El niño estaba en el suelo, sus regordetas piernecitas desnudas sobre el parqué mientras se afanaba con lápices y carboncillos sobre una lámina. Era asombrosa la querencia que había desarrollado Pablo por lápices y papel. Como siempre que llegaba, se acercó a darle un beso en la cabecita antes de pasar por la ducha, pero aquella tarde no sería igual a ninguna… La mano de su hijo, apenas más que un bebé, había dibujado con trazo perfecto y una habilidad increíble el rostro del destino común a todo ser vivo. Una hermosa representación de la parca la miraba desafiante desde la blancura inocente del papel. Llamó a su madre asustada. ¡Mamá, mamá! Pero la abuela no despertó, ni lo volvería a hacer nunca. Pablo sonrió por primera vez, y su risa le heló la sangre en las venas.
Como mecanismo de defensa, su mente decidió sepultar en el olvido aquel aterrador suceso, pero ahora le desfila por la memoria como una película en bucle, mientras los ojos amarillos de Pablo brillan lujuriosos al arrancar con sus propias manos las entrañas que lo acogieron antes de su llegada al mundo de los mortales.
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