jueves, 2 de octubre de 2025

BLANCAS SALEN


—¿Me estás escuchando?...

La pregunta le llega lejana, difusa, como si su alter ego oscuro y malévolo la pronunciara desde kilómetros de distancia y no desde apenas un metro. Se da cuenta de que no, de que realmente no ha escuchado ni una palabra de su discurso. Tampoco cree que se haya perdido mucho. Lo mismo de siempre desde hace unos meses. Que está muy rara. Que parece que no fuera ella. Que extraña el reto de las batallas dialécticas y las madrugadas discutiendo nimiedades. Que se ha roto el equilibrio y deben intentar recomponerlo a toda costa. Y bla bla bla ...

-Perdona, estaba distraída...

-Para variar... ¿Me vas a contar de una vez qué es lo que te pasa? Llevas meses ausente, perdida, con la cabeza en las nubes de a saber qué cielo... Creo que el alma por la que tenemos que velar está más inestable que nunca...

Sus labios se mueven y producen sonidos, pero ella está más concentrada intentando imaginar cómo sabrán. ¿Amargos y sulfurosos por cortesía del infierno donde nació? ¿O acaso dulces e intensos como las mieles prohibidas a los que nacieron para ser justos? 

-Hagamos una cosa... ¿Por qué no empiezas hoy tú la partida?- propone ella con voz suave y melosa.

-Pero, ¿qué dices? Blancas siempre salen. Negras esperamos...

-¿Y eso quién lo decidió? ¿Tú es que nunca te cuestionas nada? Harta estoy ya de las eternas confrontaciones, de vivir en la jaula de las permanentes dicotomías. Blanco o negro. Bien o mal. Luz u oscuridad. Ying o yang... ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que en el universo nada es excluyente? 

Él la mira anonadado. Siglos y siglos y más siglos de historia y ahora resulta que se rebela ante las reglas. Inaudito. Nada propio de los seres que nacieron en la luz. ¿Y por qué ahora le brillan los ojos de manera juguetona, provocadora y desafiante?

–De acuerdo- concede ella- Blancas salen...pero esta vez a ganar...

Ella adelanta una ficha cualquiera, le da igual. Se levanta y recorre los pocos pasos que la separan de su compañero. Con parsimonia, se arremanga la túnica y se sienta a horcajadas sobre él. Sin darle opción a hablar, lo besa. Tanto tiempo imaginándolo. No es azufre ni brasa. Más bien miel y fuego. Él está tan confuso que no reacciona. Ella vuelve a levantarse y a ocupar su sitio original en la partida. Le toca mover a él. ¿Qué hará? 
No importa. Blancas han salido y blancas han ganado. Por fin ha plantado la semilla, y se pregunta qué brotará de ella.

jueves, 25 de septiembre de 2025

EL ÚLTIMO DIARIO DE LA ABUELA IRIA




La luz de un día neblinoso se colaba difusa por la única ventana que conectaba su estancia favorita con el jardín exterior. Su dolor de cabeza, cortesía de meses y meses sin conciliar bien el sueño, agradecía el profundo silencio de la biblioteca. Con la única compañía de su torbellino de pensamientos, cada cual más confuso, y el intenso aroma del mate, gusto heredado del abuelo Marco, se dispuso a afrontar por fin la tarea que llevaba postergando varios días. El último diario de la abuela Iria la aguardaba paciente, con las páginas abiertas deseosas de confesarle el secreto que durante tantos años había ignorado. 

"Mi muy querida niña Amelia:
En estas páginas encontrarás tu origen, tu historia, los verdaderos, los que siempre callamos desde el amor y la imperiosa necesidad de protegerte. Tal vez nos equivocamos al no decirte. Tal vez sí tenías derecho a saber, pero ¿cómo revelarlo sin causarte un terrible dolor? ..."

Su mirada se desvió hacia la ventana. Quería y no quería seguir leyendo. Los recuerdos de los días en los que su mundo se derrumbó volvieron a golpearla. Su vida de siempre se esfumó en minutos. La última frase de su madre en el lecho de muerte, «Aunque no nacieras de mi vientre, siempre has sido y serás mi hijita querida». Lo único que consiguió arrancarle a su padre fueron evasivas y excusas. «No hagas caso. Tu madre no tenía la cabeza en su sitio». «Sabes perfectamente que estaba enferma, y su mente en ocasiones inventaba cosas». Ni un atisbo de verdad halló en su mirada clavada en las juntas del suelo o el alicatado del patio. Por supuesto, se negó en redondo a una prueba genética. 

Ahora, entre aquellas páginas de letra pulcra y ordenada, tenía la oportunidad de conocer la verdad. ¿Por qué sentía entonces ese miedo atroz? Se forzó a seguir leyendo hasta que las lágrimas que le arrasaban los ojos se lo impidieron. No sabía cómo sentirse. Dolor, sobre todo. Una semana después de su nacimiento, su madre biológica se presentó de madrugada, golpeada y tremendamente malherida, en casa de a la que siempre llamó mamá. Era su mejor amiga. Una historia de maltrato silenciada por vergüenza. Una mujer que encontró en su bebé recién nacida el aliciente para huir y salvar, sobre todo, a la pequeña. Destrozada internamente por la brutal paliza, para la mujer fue tarde. Una súplica: «No dejes que la encuentre. Cuídala». A la mañana siguiente se mudaron a la casa de campo, y la semana siguiente ya vivían en Madrid. Los contactos del abuelo por fin sirvieron para algo. 

"Si estás leyendo estas líneas, mi muy querida niña Amelia, es porque ya dejé de caminar las sendas de los vivos. Espero puedas perdonarnos a todos, perdonar a esta vieja que, con su silencio, intentó protegerte del dolor. De la mujer que te dio la vida heredaste el nombre y el verde de los ojos. De la familia que te crió, todo el amor de este universo y de cualquier otro. "

Dolor. Silencio. Y el aroma intenso del mate.

jueves, 14 de agosto de 2025

ESCALA


DOlor. Explosión violenta de vacío. Big bang inverso que conjuga a dos tiempos el verbo morir. Minúsculas esquirlas de nada que se clavan donde un día anidaron aves.
REfugio. Sus dedos buscan refugio entre el blanco y el negro de un arpegio con vocación de abrazo. Melodía desencadenada de lágrimas desobedientes.
MIedo. Su viejo amigo miedo. Criatura sedienta que clava en el alma su rabia de animal herido. El monstruo que se cansó del armario y se mudó al espejo.
FAntasmas. Fantasmas que van y vienen entre corcheas y semicorcheas. Coreografías improvisadas entre las líneas del mismo pentagrama de siempre.
SOLedad. Soledad enredada en figuras que dibujan en el aire los sueños que murieron antes de nacer. Fusas. Semifusas. Breves y mordaces ironías de la vida.
LAtidos. Latidos furiosos, desordenados. Negras tristes sin mapa ni brújula. De Cenicienta sin zapato. De Campanilla sin alas. De Aurora insomne.
SIlencio. Silencio e indiferencia. Demasiada tragedia para unas manos que solo buscaron dejar la huella de una caricia. La sinfonía imperfecta de un segundo en Nunca Jamás.
DOlor.

miércoles, 30 de julio de 2025

ARDE


Silencio. Hace ya rato que dejó de sonar la música y se acabó el vino. Las luces de los edificios vecinos se han apagado casi todas y no queda más que la luna como testigo mudo del instante de revelación. Ya sabe lo que ocurre, pero no puede impedirlo. Si es que existe la posibilidad de impedir ciertas cosas, claro.

Hasta hace pocos días estaba convencida de estar de vuelta de todo, de caminar por encima del bien y del mal, de que la suerte le tenía reservado a ella, solo a ella, un baúl a rebosar de experiencias placenteras, de besos y caricias que caducaban cuando dejaba un cuerpo de rozarse con el otro. Le encantaba jugar y las reglas de las partidas estaban claras. En cualquier momento era libre de cancelar la suscripción a una piel u otra. Hubo una vez que creyó sentir el indescriptible cosquilleo de las célebres mariposas de las que todo el mundo habla, pero no. Tras unos días en algún limbo de enajenación, concluyó que no era para tanto y que eso que llaman amor vivía solo en las películas y en las páginas de los libros. Menudo derroche de imaginación.  

Sin embargo, ahora, es ella y al mismo tiempo no lo es. Su sofá se ha convertido en una inagotable fuente de recuerdo. Los ojos de él clavados en los suyos, hablando en un idioma universal que no necesita palabras. Ese aroma tan suyo que se le ha incrustado en las entrañas. Esos labios por los que bajaría al infierno cada media hora. Las manos que le provocan incendios con una sola caricia. Ahora lo sabe. Sabe que ya no podrá ser otro con la certeza de que también sabe que no quiere que sea otro. El eco de sus jadeos sigue resonando en el aire y comienza a lloverle por dentro el deseo de volver a tenerlo en un sinfín de preposiciones distintas. Arquea la espalda y su recuerdo es más vívido todavía.

El mundo sigue girando, y ella sabe que va a arder sin más remedio.

jueves, 10 de julio de 2025

PALABRAS

A la mayoría de gente no le importan las palabras. Son solo eso. Palabras. Simples significantes portadores de un significado concreto. Lexemas complementados por morfemas. Grafemas unidos por un objetivo común. Fonemas encadenados que perfilan bocetos semánticos. Estandartes sintácticos que cumplen a la perfección su propósito comunicativo. Estructuras inertes que nacen y  mueren en las estáticas páginas de diccionarios infinitos. Qué equivocados están.

Para la mayoría de personas las palabras son solo eso, palabras, pero para ella no. Sabe que hay algunas que infligen heridas y otras que las sanan. Que hay palabras que dan a luz universos enteros y otras que los destruyen con solo una sílaba. Que la inmutabilidad del signo lingüístico saussuriano es pura falacia, porque no significa lo mismo "beso" cuando lo disfrutas que cuando lo extrañas. Que el significante "noche" no apunta en la misma dirección cuando la habitan sueños hermosos que cuando el monarca absoluto es el insomnio. Que no es lo mismo el "invierno" para quienes hallaron su hogar en otras almas que para aquellos que ya conocen el doloroso gris de la indiferencia.

A la mayoría de gente no le importan las palabras. Pero a ella sí. Por eso lleva clavadas en el corazón unas cuantas que de ningún modo logra cederle al olvido, que de cuando en cuando aparecen con dudosas intenciones y le borran esa sonrisa que tanto le cuesta pintarse en la cara últimamente. A la mayoría de gente no le importan las palabras. Pero a ella sí. Por eso derrama lágrima tras lágrima y malgasta hojas de papel mientras, en vano, trata de escribir un "adiós" como sinónimo de "derrota".

jueves, 26 de junio de 2025

HERALDO

La hora se aproxima. No tardará mucho. En su infinita sabiduría sabe que soy de naturaleza impaciente y no me hará esperar más de lo necesario. Ya no sé si pesan más los años o los daños, pero se acerca para procurarme alivio. Sus pasos resuenan en los corredores desiertos. Su aliento calmo viste de paz los lóbregos rincones que desde hace siglos no visita nadie. La hora se aproxima y las viejas campanas de la iglesia del pueblo quiebran la quietud de la medianoche.

Como por ensalmo, oigo de repente el graznido breve de su fiel heraldo posado al fin en el alféizar de la ventana. Terciopelo azabache en sus alas. Inquietas obsidianas en las cuencas de sus ojos. Cuentan que nació del color de la nieve, pero la furia de Apolo lo calcinó en su imbatible llamarada y lo volvió negro. Negro como noche sin luna ni estrellas. Negro como las puertas del infierno y el remo incansable del infame Caronte. Negro como el destino de los que, como yo, no morimos en la tormenta que debió matarnos. Presagio oscuro de los vencidos ilesos.

Por los postigos entreabiertos de la ventana silba el viento quizá su última melodía, banda sonora de los momentos previos a mi muerte.

jueves, 19 de junio de 2025

NO LO VI VENIR



No lo vi venir. Sé que suena a excusa probablemente barata, pero no lo vi venir. Debí haber estado más atento. Tanto tiempo junto a ella y no fui capaz de darme cuenta de que caminaba descalza junto al borde del abismo. 

No sé qué decir. No sé qué pensar. Se supone que los ángeles no lloramos, pero noto mezclarse la sal de mis lágrimas con la fina lluvia que me moja el rostro. ¿Será que de tanto estar con los humanos se me ha contagiado algo? Hasta las oscuras nubes reprueban este pensamiento. No queda ya lugar para el sarcasmo aquí. Creo que no podré perdonármelo nunca. 

Siempre fue tan terca, tan bruta, tan...ella. Estar a su lado era vivir en quasi permanente vigilia. Si no era una cosa era otra. Por el amor del Padre, qué manera de coleccionar pequeños y no tan pequeños inconvenientes. Aunque ya nunca rezaba, más de una vez me guiñó un ojo cuando salía indemne de algún dislate. Siempre se repuso. Siempre demostró entereza ante los golpes que le dio la vida, y no fueron pocos. Su alma brillaba aun en tiempos de tiniebla. Ella no lo sabía, pero cuando sonreía el mundo era un lugar mejor.

Por eso no lo vi venir, y sé que nunca podré perdonármelo. Debí haberme dado cuenta de que la tristeza de sus ojos les había apagado el brillo. Haber notado que sus ojeras eran más profundas y más oscuras. Que ya no soñaba despierta, y cuando lograba dormir descendía rauda al infierno de las pesadillas. ¿Cómo pudo romperse así? ¿Qué la llevo a rendirse de aquella manera irrevocable?

Solo fue un ratito. Un ratito nada más. La noche era muy fría y, cobijado en las mantas, se me cerraron los ojos. Se levantó a fumar como algunas noches, y yo me quedé dormido. Unos minutos. Y no volvía. Esperé un poco, por aquello de la privacidad y esas cosas, pero no volvía. El vaso de agua a medio sobre la mesa. El blíster de pastillas vacío salplicando de plata una baldosa del suelo. Y ella que no despertaba por mucho que le gritaran. Sigo sin creérmelo, por más que pasen los días y yo siga aquí sentado en este lugar de nadie. 

Y sí, los ángeles de la guarda también lloramos.

BLANCAS SALEN

—¿Me estás escuchando?... La pregunta le llega lejana, difusa, como si su alter ego oscuro y malévolo la pronunciara desde kilóm...