No lo vi venir. Sé que suena a excusa probablemente barata, pero no lo vi venir. Debí haber estado más atento. Tanto tiempo junto a ella y no fui capaz de darme cuenta de que caminaba descalza junto al borde del abismo.
No sé qué decir. No sé qué pensar. Se supone que los ángeles no lloramos, pero noto mezclarse la sal de mis lágrimas con la fina lluvia que me moja el rostro. ¿Será que de tanto estar con los humanos se me ha contagiado algo? Hasta las oscuras nubes reprueban este pensamiento. No queda ya lugar para el sarcasmo aquí. Creo que no podré perdonármelo nunca.
Siempre fue tan terca, tan bruta, tan...ella. Estar a su lado era vivir en quasi permanente vigilia. Si no era una cosa era otra. Por el amor del Padre, qué manera de coleccionar pequeños y no tan pequeños inconvenientes. Aunque ya nunca rezaba, más de una vez me guiñó un ojo cuando salía indemne de algún dislate. Siempre se repuso. Siempre demostró entereza ante los golpes que le dio la vida, y no fueron pocos. Su alma brillaba aun en tiempos de tiniebla. Ella no lo sabía, pero cuando sonreía el mundo era un lugar mejor.
Por eso no lo vi venir, y sé que nunca podré perdonármelo. Debí haberme dado cuenta de que la tristeza de sus ojos les había apagado el brillo. Haber notado que sus ojeras eran más profundas y más oscuras. Que ya no soñaba despierta, y cuando lograba dormir descendía rauda al infierno de las pesadillas. ¿Cómo pudo romperse así? ¿Qué la llevo a rendirse de aquella manera irrevocable?
Solo fue un ratito. Un ratito nada más. La noche era muy fría y, cobijado en las mantas, se me cerraron los ojos. Se levantó a fumar como algunas noches, y yo me quedé dormido. Unos minutos. Y no volvía. Esperé un poco, por aquello de la privacidad y esas cosas, pero no volvía. El vaso de agua a medio sobre la mesa. El blíster de pastillas vacío salplicando de plata una baldosa del suelo. Y ella que no despertaba por mucho que le gritaran. Sigo sin creérmelo, por más que pasen los días y yo siga aquí sentado en este lugar de nadie.
Y sí, los ángeles de la guarda también lloramos.