miércoles, 30 de julio de 2025

ARDE


Silencio. Hace ya rato que dejó de sonar la música y se acabó el vino. Las luces de los edificios vecinos se han apagado casi todas y no queda más que la luna como testigo mudo del instante de revelación. Ya sabe lo que ocurre, pero no puede impedirlo. Si es que existe la posibilidad de impedir ciertas cosas, claro.

Hasta hace pocos días estaba convencida de estar de vuelta de todo, de caminar por encima del bien y del mal, de que la suerte le tenía reservado a ella, solo a ella, un baúl a rebosar de experiencias placenteras, de besos y caricias que caducaban cuando dejaba un cuerpo de rozarse con el otro. Le encantaba jugar y las reglas de las partidas estaban claras. En cualquier momento era libre de cancelar la suscripción a una piel u otra. Hubo una vez que creyó sentir el indescriptible cosquilleo de las célebres mariposas de las que todo el mundo habla, pero no. Tras unos días en algún limbo de enajenación, concluyó que no era para tanto y que eso que llaman amor vivía solo en las películas y en las páginas de los libros. Menudo derroche de imaginación.  

Sin embargo, ahora, es ella y al mismo tiempo no lo es. Su sofá se ha convertido en una inagotable fuente de recuerdo. Los ojos de él clavados en los suyos, hablando en un idioma universal que no necesita palabras. Ese aroma tan suyo que se le ha incrustado en las entrañas. Esos labios por los que bajaría al infierno cada media hora. Las manos que le provocan incendios con una sola caricia. Ahora lo sabe. Sabe que ya no podrá ser otro con la certeza de que también sabe que no quiere que sea otro. El eco de sus jadeos sigue resonando en el aire y comienza a lloverle por dentro el deseo de volver a tenerlo en un sinfín de preposiciones distintas. Arquea la espalda y su recuerdo es más vívido todavía.

El mundo sigue girando, y ella sabe que va a arder sin más remedio.

jueves, 10 de julio de 2025

PALABRAS

A la mayoría de gente no le importan las palabras. Son solo eso. Palabras. Simples significantes portadores de un significado concreto. Lexemas complementados por morfemas. Grafemas unidos por un objetivo común. Fonemas encadenados que perfilan bocetos semánticos. Estandartes sintácticos que cumplen a la perfección su propósito comunicativo. Estructuras inertes que nacen y  mueren en las estáticas páginas de diccionarios infinitos. Qué equivocados están.

Para la mayoría de personas las palabras son solo eso, palabras, pero para ella no. Sabe que hay algunas que infligen heridas y otras que las sanan. Que hay palabras que dan a luz universos enteros y otras que los destruyen con solo una sílaba. Que la inmutabilidad del signo lingüístico saussuriano es pura falacia, porque no significa lo mismo "beso" cuando lo disfrutas que cuando lo extrañas. Que el significante "noche" no apunta en la misma dirección cuando la habitan sueños hermosos que cuando el monarca absoluto es el insomnio. Que no es lo mismo el "invierno" para quienes hallaron su hogar en otras almas que para aquellos que ya conocen el doloroso gris de la indiferencia.

A la mayoría de gente no le importan las palabras. Pero a ella sí. Por eso lleva clavadas en el corazón unas cuantas que de ningún modo logra cederle al olvido, que de cuando en cuando aparecen con dudosas intenciones y le borran esa sonrisa que tanto le cuesta pintarse en la cara últimamente. A la mayoría de gente no le importan las palabras. Pero a ella sí. Por eso derrama lágrima tras lágrima y malgasta hojas de papel mientras, en vano, trata de escribir un "adiós" como sinónimo de "derrota".

jueves, 26 de junio de 2025

HERALDO

La hora se aproxima. No tardará mucho. En su infinita sabiduría sabe que soy de naturaleza impaciente y no me hará esperar más de lo necesario. Ya no sé si pesan más los años o los daños, pero se acerca para procurarme alivio. Sus pasos resuenan en los corredores desiertos. Su aliento calmo viste de paz los lóbregos rincones que desde hace siglos no visita nadie. La hora se aproxima y las viejas campanas de la iglesia del pueblo quiebran la quietud de la medianoche.

Como por ensalmo, oigo de repente el graznido breve de su fiel heraldo posado al fin en el alféizar de la ventana. Terciopelo azabache en sus alas. Inquietas obsidianas en las cuencas de sus ojos. Cuentan que nació del color de la nieve, pero la furia de Apolo lo calcinó en su imbatible llamarada y lo volvió negro. Negro como noche sin luna ni estrellas. Negro como las puertas del infierno y el remo incansable del infame Caronte. Negro como el destino de los que, como yo, no morimos en la tormenta que debió matarnos. Presagio oscuro de los vencidos ilesos.

Por los postigos entreabiertos de la ventana silba el viento quizá su última melodía, banda sonora de los momentos previos a mi muerte.

jueves, 19 de junio de 2025

NO LO VI VENIR



No lo vi venir. Sé que suena a excusa probablemente barata, pero no lo vi venir. Debí haber estado más atento. Tanto tiempo junto a ella y no fui capaz de darme cuenta de que caminaba descalza junto al borde del abismo. 

No sé qué decir. No sé qué pensar. Se supone que los ángeles no lloramos, pero noto mezclarse la sal de mis lágrimas con la fina lluvia que me moja el rostro. ¿Será que de tanto estar con los humanos se me ha contagiado algo? Hasta las oscuras nubes reprueban este pensamiento. No queda ya lugar para el sarcasmo aquí. Creo que no podré perdonármelo nunca. 

Siempre fue tan terca, tan bruta, tan...ella. Estar a su lado era vivir en quasi permanente vigilia. Si no era una cosa era otra. Por el amor del Padre, qué manera de coleccionar pequeños y no tan pequeños inconvenientes. Aunque ya nunca rezaba, más de una vez me guiñó un ojo cuando salía indemne de algún dislate. Siempre se repuso. Siempre demostró entereza ante los golpes que le dio la vida, y no fueron pocos. Su alma brillaba aun en tiempos de tiniebla. Ella no lo sabía, pero cuando sonreía el mundo era un lugar mejor.

Por eso no lo vi venir, y sé que nunca podré perdonármelo. Debí haberme dado cuenta de que la tristeza de sus ojos les había apagado el brillo. Haber notado que sus ojeras eran más profundas y más oscuras. Que ya no soñaba despierta, y cuando lograba dormir descendía rauda al infierno de las pesadillas. ¿Cómo pudo romperse así? ¿Qué la llevo a rendirse de aquella manera irrevocable?

Solo fue un ratito. Un ratito nada más. La noche era muy fría y, cobijado en las mantas, se me cerraron los ojos. Se levantó a fumar como algunas noches, y yo me quedé dormido. Unos minutos. Y no volvía. Esperé un poco, por aquello de la privacidad y esas cosas, pero no volvía. El vaso de agua a medio sobre la mesa. El blíster de pastillas vacío salplicando de plata una baldosa del suelo. Y ella que no despertaba por mucho que le gritaran. Sigo sin creérmelo, por más que pasen los días y yo siga aquí sentado en este lugar de nadie. 

Y sí, los ángeles de la guarda también lloramos.

jueves, 12 de junio de 2025

Juez, jurado y verdugo



Dicen que dijo Aristóteles que somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras. Sin embargo, ella aprendió pronto y por las malas que ciertos silencios se convierten en nuestros indiscutibles amos y nos encierran en jaulas de barrotes invisibles. 

Parlanchina a más no poder, cuando estaba alegre solo le faltaban las plumas para emparentarla con las exóticas cacatuidae. Su estentórea risa podía percibirse a larga distancia sin mucho problema. Cuando por algún motivo se le dispersaba el júbilo, también recurría a la palabra como válvula de escape. Pero eso era antes. Antes del día D y la hora H. Antes del seísmo que lo cambió todo. Antes del huracán que la vació por dentro y le arrancó la piel que no se ve, despojándola de la chispa que alimentaba constantemente la llama. Cuentan las malas lenguas que de tanto sentir sin ser sentida se le agrietó el alma, y por sus rendijas se filtró todo el gris del universo. 
No supo luchar y sus noches en vela se tornaron la crónica de una derrota anunciada. Quién lo diría. Ella que siempre le había plantado cara al dolor y a vida, y construyó su propia prisión con ladrillos de silencio. Y entre el vacío de sus mudas paredes la vencieron el miedo y sus secuaces, que le cantaban al oído todo lo que nunca sería, mutando su hermoso abecedario en espinas que nunca conocerían la rosa. Angustia el lugar de Amor. Burla en vez de Beso. Cráter donde siempre latió un Corazón. Dolor amordazando al Deseo... 

Quiere escapar. Quiere y no puede. Quiere y no sabe. Juez, jurado y verdugo de su propia condena, desconoce que nadie más que ella misma puede cortar la cuerda que le aprisiona las manos, la voz y las alas. 

jueves, 5 de junio de 2025

Aunque fuera un instante



Sucede que a veces, por mucha experiencia que se tenga, la vida, los dioses o los hados del destino (crea cada uno en lo que quiera) no muestran sus cartas hasta que lo juzgan oportuno, y suelen hacerlo en forma de un aquí te pillo aquí te mato que nos deja con pocas o ninguna opción para variar el rumbo de nuestros pasos. Nos cambia la melodía y la letra de la canción a cuyo son danzamos y no nos queda más remedio que rendirnos a la evidencia.

Fíjense si no en ella, vivo ejemplo de lo que narra esta humilde voz en off. Ella, la que un día se bebía el mundo a sorbos de distintas copas (no fuera que se aburriese), ahora mira sin ver a un punto indeterminado al otro lado de la ventana. ¿Qué hay en sus ojos? Melancolía, quizás. Añoranza, tal vez. ¿Por qué se curvan sus labios en una mueca a medio camino entre la sonrisa triste y el puchero? Su rostro es, desde luego, un caleidoscopio de emociones, y no sabe si dejarse tragar por el mar de pena que la embarga o abrir las alas y echar a volar con el primer viento de esperanza que en ocasiones le alborota el pelo. Si la conociesen, no les haría falta ni preguntarse en qué esta pensando, pero ya se lo digo yo: está pensando en él. Como siempre, como nunca, como cada vez que respira.

Porque ustedes no lo saben, pero esa loca (que no me oiga) de los ojos llenos de agua un día fue astronauta. O lo es, aunque se lo niegue con la boca pequeña y el corazón encogido. Y surcaba el firmamento de universos enteros a lomos de una estrella fugaz solo por imaginar la risa de quien se convirtió en su sol. Cuántos momentos desfilan ahora por esa mirada perdida. Con qué ahínco la memoria se rebela contra la forzada e imperiosa necesidad de olvido. No pudo ser, le susurra con pesar a la taza de café que remueve como si en ella fuera a encontrar su salvación. No pudo ser, se repite, pero qué no daría por volver a sentir el calor de sus manos unidas aunque fuera un instante.

jueves, 29 de mayo de 2025

Rosas rojas


El tiempo parece haberse olvidado de la existencia del antiguo Salón del Trono. Sus afiladas garras no han dejado surco en los gruesos muros ni en los altos techos. La serenidad de su piedra sigue intacta, inasequible al paso de los siglos. El mismo frío que atenaza las palabras y escarcha el vaho en cuanto se atreve a salir de la boca. Siempre igual, hasta donde la memoria alcanza. Ni un ápice de diferencia desde que era niña.

Sin embargo, hoy una figura de porte regio me observa impasible desde el trono de obsidiana símbolo del poder absoluto. Su postura y esa forma de mirar al frente con la barbilla ligeramente alzada me resultan familiares. Da escalofríos, ya que no le queda una pizca de carne pegada a los huesos. Me estoy empezando a poner nerviosa. Un momento, ¿no es ese el vestido que tan primorosamente han confeccionado las modistas de la corte para mi coronación? Elegante seda negra con apliques en rojo en la pechera, escote insinuante sin llegar a indecoroso. El vestido justo y necesario para la coronación de la primera reina que han visto estas tierras en milenios. ¿Por qué lo ha tenido que estrenar este decrépito esqueleto? De repente, comienzan a brotar rosas rojas por todas partes. Sobre el pulido mármol de la escalera, salpicando la falda y el cuerpo del vestido sin ninguna consideración. Se aferran a la obsidiana del trono y forman tras él una cascada de vibrante carmesí. Sin que mis ojos lleguen a dar crédito a lo que ocurre ante ellos, los encendidos pétalos comienzan a gotear y, de repente, el aire de la estancia adquiere un olor metálico. ¡Sangre! ¿Pero alguien puede explicarme lo que está pasando aquí?
Sin prisa pero sin pausa, el esqueleto vestido de seda se pone en pie y una voz de ultratumba inunda el salón y termina de dejarme congelada.

– Si esa corona que tanto deseas llega a posarse sobre tu cabeza, correrá la sangre, más concretamente la tuya. 

Su imagen, junto con el rojo de las rosas y la sangre, se va difuminando hasta desaparecer por completo, dejando solamente un rastro de aroma dulzón como testimonio.

Mi mejor amiga y dama de compañía abre la puerta y, como un tornado, atraviesa la habitación corriendo cortinas y abriendo postigos.

– ¡Vamos, Su Majestad perezosa! Que ha llegado tu día y hay mucho que preparar. En menos de una hora esto estará lleno de modistas, peluqueras y demás, y antes tienes que desayunar como Dios manda.

Sigo quieta en la cama. No reacciono. Suspiro de alivio. Solo ha sido un sueño.

– Por cierto, y antes de que te enfades y te salgan arrugas que luego no vamos a poder disimular con maquillaje, tengo que darte una noticia...

La miro sin pestañear y sin emitir sonido alguno.

– Respira hondo, porque tu queridísima madre ha invitado a tu más queridísimo todavía hermano a la Coronación. ¿Y a que no sabes qué? El hijo pródigo ha aceptado como gesto de buena voluntad hacia su futura monarca. Llegará esta tarde, pero antes te envía un presente a modo de disculpa. Ahora te lo trae un paje.

Sin palabras. Hace más de un año que no sé nada de mi hermano. Justo desde el día en que se marchó maldiciendo en arameo porque mi padre lo consideraba demasiado tarambana y me designó heredera tras abdicar para disfrutar de la vejez. Esto no me huele nada bien... Aún no me ha dado tiempo a levantarme de la cama cuando un toc toc en la puerta precede a la entrada de un paje cargado con un enorme ramo de rosas rojas...

Tengo que escapar.

ARDE

Silencio. Hace ya rato que dejó de sonar la música y se acabó el vino. Las luces de los edificios vecinos se han apagado casi to...